“Han sido muchos años de sufrimiento, todos los días me quedaba llorando al despedirme de mis niños. Mi miedo era que al cruzar me fueran a descubrir y me quedara sin ellos”, para Diana no hay nada más importante en la vida que sus hijos, y ese amor la llevó a tomar la decisión de separarse de ellos con tal que tuvieran una mejor vida.

Los hijos de Diana han visto desde que nacieron cómo es crecer entre Juárez y El Paso, han ido y regresado cada semana, durmiendo de un lado de la frontera y luego al otro.

“Tengo tres hijos, casi de la misma edad. Cuando los tuve trabajaba en una maquila y ganaba como 400 pesos a la semana, mi esposo como mecánico ganaba muy poco también. Pero yo no quería que vivieran en Juárez, había mucha violencia y no los iba a ver en todo el día”, recuerda la mujer que ronda los 45 años, ahora ya madre de unos adolescentes.

Fue así que junto con su marido y con el alma destrozada —como ella misma dice— contrataron a su hermana para que cuidara a sus hijos, lo cual no sería raro de no ser porque los enviaron a vivir de forma ilegal a Estados Unidos y los inscribieron en escuelas públicas.

“Nosotros pagábamos el departamento en el que vivían, todo, mi hermana no trabajaba para que nomás estuviera pendiente de ellos”.

Los pequeños pasaban de lunes a viernes en El Paso y los fines de semana regresaban a Juárez. La familia cruzaba los domingos por la tarde, y en la aduana decían que iban al centro comercial, una costumbre de los juarenses, así que los agentes de migración nunca sospecharon.

Durante seis años estuvieron con ese ritmo de vida, Diana los visitaba tres veces entre semana.

“No tenía vida, mi marido se encargaba de todo, en ese tiempo. Además de que no teníamos un peso, lo poco que ganábamos se nos iba en mantener a los niños”.

Tiempo después las cosas mejoraron un poco: le ofrecieron un puesto en una empresa importadora, los ingresos subieron, pero el horario ya no permitía ir a El Paso tan seguido, así que Diana veía a sus tres hijos sólo sábados y domingos.

Los años siguieron pasando, y la familia de Diana se acostumbró a la vida binacional, a las carencias, a no ser ni juarenses ni paseños. Hasta que el hijo mayor cumplió los 18 años y decidió enlistarse en el ejército.

“Se me fue al Army, aunque es ilegal. Para ser soldado no piden requisitos, si usted viene a trabajar sin papeles lo deportan, pero si quiere irse a la guerra no dicen nada”.

Una carta de su hijo desde algún lugar lejano casi le cuesta a Diana ser sorprendida en el cruce internacional: “Un día me revisaron, y me interrogaron. Estuve esposada como unas ocho horas, me hacían preguntas entre seis personas. El problema es que encontraron una carta de mi hijo a mi nombre pero con dirección de El Paso”.

Aquel día logró que la dejaran en libertad, gracias a que presentó recibos de sueldo y un gafete de la empresa con sede en Juárez, pero fue la última vez que cruzó el puente.

“Nunca más volví a Juárez, ya me quedé en El Paso y no pienso volver. Mi marido viene a vernos, y andamos buscando quien le dé trabajo, aunque sea ilegal. Cada vez es más duro, el dólar en poco tiempo va a llegar a los 20 pesos. Pero todo ha valido la pena, los tres tienen estudios, y tendrán otras oportunidades”, finalizó Diana con los ojos llorosos y una sonrisa en el rostro.

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