Saltillo.— “Fui a la procesión, como cada año, a dar gracias y a pedirle a Dios que nos ayude, que llueva para que tengamos cosecha y que comer, porque vivimos del maicito y el frijol, ahí en las majadas del rancho Santa Rosa, donde no hay ni luz ni agua, tomamos agua del estanque de donde abrevan los animales”, relata María Elena Acevedo Aguayo.

La mujer, de 57 años de edad, narra a EL UNIVERSAL la pesadilla que sufrieron el viernes pasado en Mazapil, Zacatecas, cuando un camión de volteo, con 20 toneladas de arena, se les vino encima y le arrancó de las manos a sus dos nietos que resultaron con heridas y fracturas graves; además falleció su primo Jesús Aguayo y siete vecinos de su pueblo.

El saldo fue de 29 muertos y al menos 147 heridos; en el lugar nada más había una ambulancia y los lesionados fueron trasladados en vehículos particulares o camionetas, hasta de carga, al hospital del IMSS en Concepción del Oro, Zacatecas, y después a Saltillo y a Monterrey.

Según la investigación, el chofer se quedó sin frenos y huyó, dejando el camión en marcha, lo que provocó que arrollara a los peregrinos.

Dice que recurren a la “ayuda divina” porque están olvidados del gobierno; ya le han pedido a muchos alcaldes y gobernadores que les pongan la luz pero no les hacen caso —a Amalia García, a Ricardo Monreal Ávila, hasta el actual, Miguel Alonso Raya—, aunque la línea de la electricidad está muy cerca, a unos dos kilómetros de las majadas, pero los ignoran porque son muy pocas familias, como 30. “Nunca hemos tenido electricidad”, subraya.

Cinco días antes del accidente, su nieto, de siete años de edad, se fue al ejido Santa Rosa, municipio de Mazapil, a pasar las vacaciones de verano; estaba muy contento de ir a la peregrinación y ahora se encuentra postrado en el hospital con fracturas en sus dos piernas, del fémur izquierdo y la tibia del derecho.

“Parece que iban a darlo de alta, pero está muy asustando y nervioso por el accidente, me dejaron verlo sólo cinco minutos y me dijo: ‘Tengo miedo. ¿A qué hora nos vamos a la casa abuelita?’”. Mientras su nieta Tania, de seis años, “se cortó la cabecita y le dieron nueve puntadas”.

“Ya me morí”. “Mire, yo ando toda torcida de la espalda, golpeada, adolorida y con este raspón en el codo. El jueves en la noche íbamos caminando bien; éramos más de mil peregrinos, ya había pasado una buena parte de la procesión con las cuatro danzas de matachines, cuando de repente se volteó el camión y se nos echó encima, a mis niños me los arrancó de las manos, a mí me tumbó y me sepultó en la arena.

“Lo único que pensé fue ya me morí; no sé cómo salí, aunque no perdí el conocimiento, sólo me acuerdo que pedía auxilio, mi bolso se quedó ahí, traía mis identificaciones y como 300 pesos con los que íbamos a comer y a regresarnos, no me importó, sólo quería saber dónde y cómo estaban mis nietos”, recuerda.

Dice que cuando logró salir, a la primera que vio fue a su nieta, “estaba chorreando de sangre de su cabecita, nada más me vio, corrió y me abrazó, me dijo que una señora la agarró de la mano y le pidió que no se moviera en lo que me buscaba”.

“Mi nieto quedó a unos dos metros de donde yo estaba, enterrado debajo de un montón de arena; se estaba asfixiando porque tragó arena, le pegamos en la espalda y le sacamos la arena de la boca con una cuchara, fue así como empezó a reaccionar”.

Agrega que se lo llevaron como pudieron a Concha del Oro, “pero venía malo, con sus piernas quebradas” y de ahí a Saltillo.

María Elena y su esposo José Sánchez Valenciano, de 65 años, tienen seis hijos de los cuales cuatro están casados y dos son solteros, éstos últimos viven con ellos.

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