Acapulco

El milagro siempre ocurre, pero las lesiones allí se quedan. Jorge Ramírez, Coco, se persigna y pide a la Virgen de Guadalupe que todo salga bien. Alza los brazos, camina con cuidado, realiza estiramientos. La brisa se combina con el espesor del aire caliente. El hombre se coloca sobre la plataforma que mide 25 metros de altura. El mar en picada se ve apacible, imponente. Coco, junto a otro clavadista, Amadeo Alcocer, portan antorchas que alumbran sus rostros. Preparan el vuelo.

Aplausos. La muchedumbre junta las palmas y el sonido se escucha hasta la cima del risco. Esa tonada, además del viento acariciándoles la piel, es lo que más anima en este momento a los clavadistas. Mientras, el presentador abre la puerta al clavado estelar: el nocturno con antorchas. Sonidos de grillos, música, risas y gritos de alegría comparten tiempo y espacio.

Los clavadistas toman aire. Alzan las antorchas, una en cada mano, cuyo calor y olor a gasolina lastiman su vista. Impávidos, felices, Coco y Amadeo están listos. Son tres segundos los que durará su acto. Los expertos realizarán una vuelta y media más medio giro antes de entrar al mar. Los muslos están tensos, los brazos bien alineados. Sus contornos corporales simulan una línea recta.

El primer tiempo del clavado causa suspenso entre el público, se apagan los aplausos, el segundo tiempo es el de la admiración: dos cuerpos de un metro con 70 centímetros emulan un par de gaviotas con fuego en las manos. En el tercer acto del clavado hay alivio. Dos cabezas salen del agua. El milagro volvió a ocurrir.

Moisés García, un clavadista que tiene 10 años de experiencia como deportista extremo, observa todo el espectáculo en la cima. Opina que el precio por su trabajo es alto: su vida corre peligro todos los días, se arriesgan.

El show, que comenzó a armarse entre competencias de jóvenes para saber quién era el más destacado en los años 30, se convirtió en un acto de fe que es el sustento de 62 familias desde hace 80 años.

Moisés presume que sus clavados, en sus condiciones, son únicos en el mundo, algo que los gobiernos, cree, “poco valoran”.

A Moy no le gusta que lo apoden; dice que porque por eso tiene nombre. Antes de que salte Carlos, El Karki, de 22 años, desde los 35 metros de altura, se fija en la venda que tiene a a la altura del antebrazo izquierdo.

Aquí en La Quebrada, además de arriesgar su vida, todos los clavadistas tienen lesiones. Desde que inician hasta el retiro, alternan como aliadas y enemigas.

¿Qué sientes cuando saltas desde lo alto de La Quebrada?, se le cuestiona a varios clavadistas para tratar de describir su sensación.

—Miedo y libertad. Lo hago con todo mi cuerpo transformer y en ocasiones pensando que todo se me volverá a zafar, cuenta después del acto Ulises, Gokú, de 18 años, quien tiene zafado un hombro que le hace un crujiente sonido del que se siente orgulloso y, le da gracia mostrarlo.

A 80 años de la tradición de los clavados en La Quebrada, nadie ha muerto. Por eso consideran que a vísperas de que se cumplan 81 años en noviembre, que quien se para en el acantilado más famoso de Guerrero y es uno de los atractivos turísticos más importantes de México, se vuelve “milagroso”.

Los clavadistas que han representado a México en campeonatos mundiales y exhibiciones en cuatro continentes desde los años 50, tienen 16 copas mundiales de galardones de altura, además de un récord mundial: Iris Selene Álvarez Alonso está en el libro del récord guiness como la mujer más joven el lanzarse desde una altura de 18 metros a los 12 años de edad, lo que logró en el 2008.

Sin embargo, realmente todo lo hacen sin el apoyo del gobierno: las actividades de los 62 miembros de la sociedad civil Clavadistas Profesionales de La Quebrada, son autogestionables y no todos tienen seguro. Son 30 clavadistas en activo, pero hay quienes no cobran salario fijo ni honorarios dentro de la organización y se les permite saltar por propinas; todos han sufrido o padecen de alguna lesión.

Cada día tienen que cumplir cuatro funciones; la primera, a las 13:00 horas, y la última con antorchas a las 22:00 horas.

Entrenan de dos a tres horas en promedio al día en el acantilado; hacen abdominales, lagartijas, ejercicios que les permitan tener mayor rendimiento. El entrenamiento va de la mano de veteranos como Jorge Mónico, quien les da técnica y consejos.

Al final del día, entre risas y la satisfacción de haberle alegrado un día a los turistas, cubren sus lesiones. Las más frecuentes son luxaciones, fracturas en codos, hombros, columna vertebral y tendones; escoriaciones, heridas en la piel, en el cuero cabelludo, desprendimiento de retina, explosión de tímpanos.

Se enrollan las vendas, toman aire para el otro día y disfrutan cada minuto su trabajo, aunque saben que su cuerpo tiene vigencia.

Tres generaciones de clavadistas

Los días de viajes al extranjero, de novias españolas, estadounidenses, paraguayas: ¡vaya!, de la nacionalidad que fueren, ya acabaron. Los fenómenos naturales y con mayor énfasis la violencia, han interrumpido el ritmo y afectado los espectáculos ofrecidos en el conjunto de rocas ubicadas en la colonia La Condesa, frente a Sinfonía del Mar, cuyo cerro se dinamitó en 1934 formando el acantilado actual.

Jorge Mónico Ramírez Vázquez, de 63 años, es la segunda generación de clavadistas en su familia; antes, su papá Jorge Mónico Ramírez —quien le hizo del doble de Güicho Domínguez en una novela— le enseñó el deporte que lo ha llevado a conocer otros continentes. Ahora es el secretario del Comité Directivo de la asociación civil que conformaron para poder tener un sueldo y seguridad social.

Durante todo este tiempo, señala, el camino no ha sido tan terso. De vuelta al pasado le parece bonito imaginar el canto de Agustín Lara componiendo María Bonita al pie de La Quebrada, o a Tin Tan disfrutando del espectáculo que cobra la entrada a 40 pesos los adultos y 15 los niños; en la actualidad, sus obligaciones fiscales con el estado no les permiten salir ni fuera de Guerrero, pues tienen que juntar para pagar los impuestos correspondientes.

“Pagamos el uso y goce de zona federal marítima [22 mil pesos cada bimestre] que dependen de Semarnat (Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales), está bien que contribuyamos, pero queremos que Semarnat y la Secretaría de Turismo federal nos apoyen en septiembre y octubre, meses en los que sufrimos porque no hay gente”, cuenta.

El espectáculo de luces y sonido, con perfectas prismas formándose en las piedras, sale caro, y los pagos desde los mil 800 pesos hasta los cinco mil pesos a la quincena a los socios tienen que obtenerse de la venta de entradas, y en algunos casos de la renta de sus servicios para aparecer en películas. Los 62 miembros de la organización tienen un esquema de cobro dependiendo de la categoría: socios, honorarios, supernumerarios y medios socios.

Desde 2008, el campeonato mundial de clavadistas de altura que se hacía en Acapulco desde 1990 y en el que participaban clavadistas de otros países se suspendió, además de que el presupuesto que destinaba el gobierno del estado nunca fue manejado por la asociación.

En 2014 anunciaron el proyecto de remodelación integral de La Quebrada. Al sitio le correspondían 20 millones de pesos para renovar la plazoleta y una plataforma para que cupieran 200 personas más para observar el espectáculo que se ve desde un restaurante, en la plazoleta o desde la playa. El proyecto está suspendido, según les han dicho, porque “hay problemas con los permisos de construcción que otorga la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa)”, pero para sus compañeros, señala Jorge Mónico, es evidente que “quieren llevarse algo del dinero, porque la obra está parada”.

Para el clavadista, que aunque ya no está en la hoja de roles, donde sus compañeros pueden saltar hasta 15 veces en una semana, aún no decide retirarse, hacen falta convenios de colaboración para las giras turísticas y que sean considerados como prioridad para la atracción de gente al puerto y no sólo para grabar comerciales, favores que les han pedido diferentes administraciones, filmaciones que después salen en otros países sin que ellos reciban regalías.

El turismo internacional ha bajado hasta en 60%, los yates internacionales y los spring breakers cancelaron a Acapulco como destino desde 2008, cuando se recrudeció la pugna de la delincuencia por el territorio. Actualmente no se sienten en crisis; sienten que a partir de 2013, a pesar de la tormenta tropical Manuel y el huracán Ingrid, han dado otro vuelo.

El temor de que esas malas rachas regresen es latente. Esperan que la violencia no les pegue, pero además les gustaría ser reconocidos.

La primera generación de los “Jorges”

Sentado en la cabina donde cobran las entradas, Jorge Mónico Ramírez Vázquez, de 63 años, recuerda la primeras veces que se lanzó del acantilado, en 1970, hasta 1990; un año fue espontáneo, hasta el 71, cuando la organización lo aseguró por su buen desempeño.

Antes eran otros tiempos, recuerda a sus novias, los viajes y concursos en el extranjero y dice que sólo le falta conocer el continente africano, pero los jóvenes deben saber que ahora es más “trabajoso viajar”. Señala a niños como Manuel, El Mugrecita, de 13 años, que ya se mete al agua como su papá; Alexis Montes, Esqueleto, Brayan, y todos los que van, con permiso firmado, a querer entrar y se emocionan con el deporte. Hasta su nieto Coco, quien estudia Contaduría además de ser clavadista, la tiene difícil.

Víctor Lezama Cruz, El Estrella, Moy, Coco, Alexis Flores, Ulises y Curch, se colocan en fila al final del acto. Acaban las vacaciones de verano y es un sábado. Después de que seis clavadistas cumplieron con el horario de las 19:30 horas, venden playeras, se toman fotos con la gente. Sonríen. Allí, desde la venta hasta en el agua, todos tienen que colaborar.

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