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Sofía (nombre ficticio), con 61 años de edad, no olvida aquella imagen de un soldado persiguiendo a un estudiante entre las calles de República de Guatemala y del Carmen. Fue en la entrada de la secundaria Miguel Lerdo de Tejada, donde ella estudiaba, cuando el militar lo alcanzó y con su bayoneta penetró el brazo derecho del joven varias veces, con la intención de acabar con su vida.
A partir de ese hecho, con tan sólo 14 años de edad, decidió integrarse a las marchas estudiantiles previas a la matanza del 2 de octubre de 1968, en Tlatelolco.
En un principio sus actividades consistieron en realizar “boteo” y repartir volantes por los rumbos de Mixcoac.
Recuerda que ella y sus compañeros eran señalados como unos “mamarrachos” por manifestar su inconformidad contra las acciones del gobierno de Gustavo Díaz Ordaz.
Después de la tragedia del 2 de octubre de 1968, Sofía fue inscrita en una escuela de Nezahualcóyotl, Estado de México.
Ahí pasó dos años de su vida y junto a otros 30 jóvenes se dedicó a organizar a los habitantes para sumarlos y fortalecer las bases de la lucha política y estudiantil.
A inicios de los 70, se incorporó a grupos de estudiantes y a movimientos urbanos y populares de barrios como Tepito, Guerrero, Iztapalapa o Xochimilco. La represión por parte del Ejército, la policía, los halcones o agentes de la Dirección Federal de Seguridad era sistemática, dice.
“En una ocasión, ya en el Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH) Vallejo, entraron los halcones disparando a quemarropa. Algunos nos protegimos dentro de los laboratorios, otros compañeros repelieron el ataque arrancando las rejas de las jardineras. La agresión era muy notoria contra los estudiantes, no les importaba nada, iban con la intención de agredir, asesinar o desaparecer; provocar miedo para que no nos organizáramos”, relata.
Recuerda que justo en la Escuela Normal ocurrían las mayores agresiones por parte de los provocadores del gobierno. “El miedo que ellos quisieron infundir se convirtió en más coraje, porque no dejamos de marchar”, dice.
Años más tarde, como mensajera de la Coordinadora Nacional del Movimiento Urbano y Popular, Sofía recorrió estados como Durango, Nuevo León, Oaxaca, Guerrero y Michoacán, donde, “se vivió una situación de represión y de desapariciones forzadas increíble”. A su vez, coincide en que el Partido de los Pobres y la Liga Comunista 23 de Septiembre fueron las más perseguidas y reprimidas por el Estado, pues además de contar con mucha gente joven, “eran los que más salían a la luz pública y los que más daban frente a todas las batallas”.
A 47 años de aquel movimiento, Sofía ve en hechos como el de la desaparición de 43 normalistas en Ayotzinapa, la repetición de muchas situaciones que vivió durante la llamada guerra sucia. “Me angustia ver que los jóvenes siguen estando en la mira, porque para el gobierno, todos ellos son un problema”.