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Zamora.— Muchas cosas han pasado por la vida y la mente de Omar desde hace un año. No suponía que la calle pudiera ser “tan ruda, pero a la vez emocionante”, como la considera ahora.
Omar tiene 15 años y desde hace uno salió a ganarse la vida, junto con otros “hermanos” que estaban encerrados como él, en el albergue de Mamá Rosa. Un familiar lo recogió y lo llevó a vivir a su casa. De sus padres biológicos no sabe nada.
Como muchos de los ex internos de La Gran Familia, ahora dice que no era buena vida la que tenía, donde cada que se portaba mal “La Jefa iba y me pisaba la cabeza”.
Hoy, Omar trabaja en un crucero de la ciudad de Zamora haciendo malabares con piedras y pelotas. Obtiene al día un promedio de 100 a 200 pesos y con eso paga los gastos de su comida y su hospedaje.
En la pausa de un alto del semáforo platica que no extraña la vida de antes, y que ahora tiene ganas de regresar a estudiar.
Él cree, como muchos que estuvieron en ese orfanato, que realizó estudios de educación secundaria, pero no tiene documentos que lo avalen.
A pesar de que en el albergue de Rosa Verduzco había maestros en nómina de la SEP y el albergue contaba con dos claves oficiales de instituciones educativas, ningún alumno recibía nunca documentos oficiales.
Por lo pronto, Omar dice que quiere realizar el papeleo para obtener una nueva acta de nacimiento para borrarse los apellidos Verduzco que le impuso Mamá Rosa al nacer dentro del ex internado.
El albergue en Morelia. El sistema DIF estatal acogió, en julio del año pasado, a 108 personas rescatadas del albergue de Mamá Rosa. De estás, 87 eran niños y 10 de ellas eran mujeres mayores de edad con hijos pequeños.
Poco a poco fueron abandonando el albergue del DIF para reintegrarse con sus familias, explica la directora Mariana Sosa Olmeda.
Sólo 33 niños permanecen en el edificio que fue construido para ser un hospital psiquiátrico y que termino siendo el refugio de estos pequeños.
Recientemente, el DIF consideró que era conveniente además, separar niños de niñas y llevó a estas últimas a otro espacio que bautizo como “Vivan las Niñas”.
Ahí vive Imelda, una niña de piel morena, grandes ojos y pelo corto, que a pesar de tener ya más de 16 años, presenta rasgos y actitudes de una niña de ocho.
Sus ojos se avivan cuando ve extraños pasear por el albergue y a veces se esconde y otras veces denota molestía.
No le gusta hablar mucho, aunque siente mucha curiosidad por los extraños.
Su diagnóstico médico no es bueno.
Ella sufre cierto grado de retraso mental y la enfermedad de Asperger, catalogada como una especie de autismo funcional, que sin embargo impide al individuo entablar relaciones sociales normales.
Y como Imelda también está Rafael, un niño con esquizofrenia que le gusta mucho el fútbol. Él tiene que tomar medicamentos de por vida para controlar los ataques de ira, la violencia y la depresión, provocados por severos traumas sicológicos sufridos en la primera infancia, explica María de la Luz Hernández Pacheco, la quinta persona que ocupa la dirección del albergue.
Como Imelda y como Rafael existen tres pequeños más que presentan traumas sicológicos irreversibles que les impedirán reintegrase a la sociedad de manera normal.
Estos 33 menores, habitantes de los albergues Vivan los Niños y de la casa hogar Vivan Las Niñas que pronto será inaugurado de manera formal, asisten por primera vez a una escuela donde al terminar su educación contarán con documentos oficiales y tendrán además un oficio.
Actualmente, los pequeños están involucrados en programas de educación, disciplina, sicología y deporte para tratar de recuperar sus vidas.