Ciudad Acuña.— “Yo iba en el camión que durante el paso del tornado dio cuatro vueltas en el aire. Botaba por todos lados como pelota, como pasa en las películas. Íbamos tres pasajeros: una señora, que era compañera en la fábrica; el chofer y yo. Después de que pasó todo ellos no aparecieron”, narra Noralba Guadalupe Vázquez Alvarado, de 18 años de edad, operaria de una maquiladora y sobreviviente del fenómeno que devastó cuatro colonias de esta ciudad fronteriza el lunes pasado.

Cuando empezó a oscurecerse todo y a oírse golpes como de granizo, recuerda que su compañera de trabajo —a quien no conocía más que de vista— le pidió al conductor que se detuviera, pero él no le hizo caso. Noralba sabe que el chofer murió y posiblemente ella también.

“Quedé muy adolorida, aterrada, perdí mi bolsa y quedé descalza, pero volví a nacer”, comenta a EL UNIVERSAL en sus primeras declaraciones a la prensa.

Apostada en la cama número 3C del Hospital General de esta ciudad, la joven llora constantemente, rechaza los alimentos que le llevan, —caldo de res y arroz—, dice que no tiene hambre, lo único que quiere es irse a su casa. Su cara está llena de cicatrices de los vidrios que se le incrustaron y tiene vendado parte del cráneo.

“El doctor dice que me abrí la cabeza y que se me veía hasta el hueso”, externa la muchacha que desde hace apenas un mes trabaja en la maquiladora Electro Ensambles, donde soldaba chasís para conectar bocinas de aparatos de sonido.

La chica refiere que el lunes muy temprano salió de su casa en la colonia Valle del Sol y, como todos los días, a las 6:05 horas se subió al autobús; más adelante abordó la unidad su compañera y cuadras más adelante se empezó a oscurecer todo y a escuchar fuertes golpes en el capacete y las ventanas del camión; era el granizo.

“Mi compañera le gritaba al chofer que se parara, pero éste la ignoró y, al contrario, aceleró. Entonces, el bus salió volando por el aire, dio cuatro volteretas, aplastó el arco de entrada a la colonia los Altos de Santa Teresa, dio otra media vuelta y quedó de frente a donde estaban los arcos”, relata.

“Me arrastré y salí como pude. Sé que después encontraron muerto al chofer”, expresa al asegurar que a pesar de todo no perdió el conocimiento.

“Tenía toda mi cara llena de sangre, bañada en lodo. Me sentía adolorida y aterrada; como pude, le hice señas a una camioneta de la Comisión Federal de Electricidad (CFE), pero no se paró; sin embargo, un automovilista se detuvo y me llevó a su casa”, rememora la joven de 18 años.

“Después, el hombre le habló por teléfono a mi novio, Luis Ernesto González, que apenas se acababa de levantar para irse al Conalep. Él fue con su mamá por mí”, añade. Fue así como vino a dar al Hospital General.

Noralba asegura que, pese a todo lo que pasó, la desgracia pudo ser mayor, porque el transporte de personal lleva regularmente a más de 40 obreros. “Si hubiera ido lleno habría sido terrible”, señala.

Lamenta la muerte del conductor y “seguramente”, dice, la de su compañera de trabajo, pero no le importa haber perdido su bolsa de mano negra, donde guardaba su celular y la libreta con el registro de lo que hace en la planta; tampoco sus zapatos de mezclilla negros con piedritas. “Gracias a Dios volví a nacer”, remarca.

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