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Ciudad Acuña.— Dicen que se oyó como si hubiera pasado un tren, una mole, una locomotora gigante. No saben cómo explicarlo, cómo describirlo. No tienen palabras.
Lo único que atinan a decir los vecinos es que las casas se cimbraban con el viento, como en un gran terremoto, parecía que se despegaran del suelo y se iban volando.
“Tembló toda la casa, se estrujó, nos pusimos a orar, a pedirle Dios que tuviera piedad de nosotros. A un vecino se lo llevó el aire y se murió; lo mató el tornado”, narra Leticia Galván.
Lo primero que escucharon fue un estruendo de cristales y luego el mugido del viento.
Nunca habían oído sonar los truenos como aquella madrugada, uno tras otro, espantosos truenos, relámpagos azules y rojos. Los truenos que no dejaban dormir.
Todo ocurrió en pocos segundos, seis, dicen los que tuvieron el temple para contarlos, refugiados, hechos bolita, en un rincón, la lavandería o el baño de la casa.
Parecía que se iba acabar el mundo. Cuando el tornado pasó, entonces contemplaron pasmados la devastación:
Los techos se volaron, las paredes se vinieron abajo, las ventanas y las puertas se reventaron y hay quienes aseguran, en medio de aquella tempestad, haber visto autos y muebles volando por encima de las casas, en el cielo.
La furia del viento los levantó y levantó a la gente que esperaba el transporte para irse a trabajar a la fábrica.
“Vi un camión amarillo, de esos que van a las fábricas, que iba cayendo del cielo”, cuenta David Gaytán, un morador de la colonia Altos de Santa Teresa.
Por las colonias Altos de Santa Teresa y Santa Rosa, en Ciudad Acuña, el viento, hecho un demonio, barrió con los árboles, con los postes, con todo.
Afuera era la devastación, llantos y gritos de la gente prensada entre los escombros de las casas arrasadas y otros llamando a sus familiares perdidos.
“Allá estaba una muchacha gritando, se quedó prensada entre los bloques. Yo y unos vecinos la sacamos…”, dice Alexis López, de Santa Rosa.
Todos aseguran que jamás habían oído aullar al viento como esa madrugada, cuando el reloj paró a las 06:00 horas, poco antes, poco después, no saben bien la hora.
La gente de Altos de Santa Teresa y Santa Rosa dice que estaba lloviendo, primero poquito después bastante y fue cuando sobrevino el desastre.
“Se oyó un ruido muy feo, espantoso, y empezaron a tronar todos los vidrios”, así describe Blanca Salazar, vecina de Santa Teresa.
A su hija la azotó el viento contra la pared y cuando la familia salió a la calles para ver lo que había ocurrido, ya todo estaba destrozado.
Clareando el día, la gente de Altos de Santa Teresa miró cómo sacaban del montecito los muertos que se había llevado el tornado, los obreros que habían estado esperando el transporte. A otros los levantó con todo y camión.
Las calles llenas de escombros, restos de lavadoras, de sillas, de mesas, de televisiones, tinacos, láminas y en los techos los carros, sus autos, que levantó por los aires el tornado.
La alarma antitornado ni sonó, o sí sonó, lo hizo precisamente cuando irrumpió el tornado.
De repente nomás llegó el viento y se llevó todo. El cielo se puso rojo.
“Se oía muy fuerte el golpe de las láminas de los camiones”, dice Mauro Ortiz, a él le tocó ver a una persona agonizando tirada a media calle, era un señor que después murió.
Fue como un tren que pasó por encima. Así se oía.
Aquí la mayoría de las casas se cuartearon, se agujeraron, los techos colgando. Dicen los vecinos que por la mala calidad de la estructura con las que las edificó el Infonavit.
“Salen bien caras y las hacen nomás así bien débiles, la placa bien delgadita, hasta se sentía como el aire movía la casa”, dice David Uribe.
A mediodía la gente todavía andaba buscando a sus desaparecidos, doña Silvia Servín, a su esposo Ernesto Guardiola, 41 años, que había salido a trabajar y ya no regresó.
A la fábrica no había llegado, le informaron sus compañeros. “Ahorita no ha regresado”, dice llorando la mujer.
Un camión cayó del cielo
Cuando Mará de Jesús Martínez, vecina de Santa Rosa, llegó a su casa por la mañana, había pasado la noche con su suegra, encontró que un camión de personal había caído en el patio de su casa.
Alguien le contó que tres personas venían en el camión, las tres murieron.
“Tumbó la puerta, la ventana, yo estaba impresionada y me puse mal de los nervios, me tuvieron que checar de la presión”, relata.
También en Santa Rosa el viento levantó por los cielos el camión de don Refugio García Pérez, que pesaba cuatro toneladas 400 kilos.
Lo encontró hecho garras 14 casas más adelante y lo único que pudo salvar fue la imagen de la Virgen de Guadalupe, ante al cual él se santiguaba todos los días que salía de trabajar, que acababa su jornada. “Me quedó mi virgen, fue lo único que se salvó”.