Xalapa.- El llanto de una pequeña niña rompe con la armonía de la reunión. No puede controlarse y comienza a patalear, pero a los pocos segundos tiene enfrente un violín del que surgen notas musicales características del son jarocho y de inmediato se queda callada, escucha con atención y la sonrisa le vuelve al rostro.
El instrumento de cuerda es tocado con pasión por el músico Camil Messeger Rioux, quien cada vez que observa a un pequeñito inquieto y a punto de descontrolarse, se acerca con los sonidos que emergen de las cuerdas para mantener la tranquilidad. A su lado, la jarana segunda, acariciada con maestría por Sael Bernal, acompaña el concierto terapéutico.
Los dos consagrados músicos se encuentran en el patio principal del Centro Estatal para la Detección y Atención del Autismo (CEDAA) del Sistema para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF) y a su alrededor aplauden, bailan, cantan y tocan los sones jarochos una veintena de niños con autismo y sus padres.
“La verdad es que sabemos que la música es mágica desde toda la vida, nosotros que somos jaraneros sabemos el significado de “jarana”, que es alegría en palabra árabe, y al ser jaraneros somos alegradores. Más allá de ser una cura o algo así, la música siempre nos alegrará”, asegura Camil, integrante del conocido grupo musical veracruzano Sonex.
Desde hace tres años, junto con Sael, encabeza uno de los talleres del centro especializado en proporcionar ayuda a los niños con autismo y a sus familiares, con el nombre de Musicoterapia Son Jarocho, que ha permitido un cambio de actitud radical en los pequeñines.
“El son jarocho es la música de la región, tiene más de 300 años y de alguna manera los papás y los menores han tenido siempre contacto con los sones jarochos, han escuchado “La bamba”, “Colás”, “El toro” y “Los enanitos” y pues es más fácil asimilar porque hablan de cosas de la región, de temas que nos rodean: aves, plantas, ríos y todo con lenguaje y vocabulario afín a nuestro entorno”, relata el violinista.
Musicoterapia Son Jarocho forma parte de los talleres que se ofrecen en el CEDAA y que van desde psicoterapia, psicoeducativa hasta comunicación y lenguaje, médico nutricional; trabajo corporal: activación física, expresión corporal y estimulación sensorial.
“Es muy bonito, los niños se entregan, les gusta mucho, quieren agarrar la jarana y el violín… al dárselas se siente muy bonito, nos llena de energía y de vida, porque siempre es en las mañanas y nos vamos cargados de energía”, confiesa el artista.
En el Centro Estatal para la Detección y Atención del Autismo existen los expedientes de 260 personas, pero actualmente se brinda atención sólo a 180 niños y sus padres como una forma de poder ayudarlos en enfrentar esta condición de vida.
El surgimiento
La Musicoterapia Son Jarocho en realidad fue “un atrevimiento”, relata la directora del centro, Rosa Virginia Martínez Conde.
“Decidimos probar, porque la mayoría de nuestros niños escuchan todo al mismo volumen, no tienen la habilidad de inhibir los sonidos, ellos escuchan siempre todo al mismo volumen y hay sonidos que lastiman y tienden a taparse oídos y a tener crisis”, explica.
El taller nació como una curiosidad, porque se daban cuentan de que a la mayoría de los niños les gusta la música. Ha sido un éxito. Además de los sonidos del violín y la jarana y, sobre todo, del son jarocho, los niños acogieron muy bien el trato de los artistas: cercano, cálido, paciente. Ahora es un taller muy esperado y muy comentado.
“Había niños que se alteraban con mucha facilidad, pero nos percatamos de que con la música permanecen tranquilos, dispuestos, atentos, interactuando con instrumentos, tratando de entrar al ritmo de la música, seguir el ritmo de las canciones y eso es estar juntos, en grupo que es un reto importante”, afirma.
Estadísticas inciertas
En México, las cifras sobre autismo no son claras, pero las estadísticas internacionales revelan que por cada 150 niños, uno lo padece.
“El autismo es una condición de vida que se caracteriza por una dificultad en el manejo de las células nerviosas, en las conexiones nerviosas, lo cual impacta en el desarrollo del niño en algunas áreas, específicamente en el aspecto social, en la interacción y comunicación social”, explica Martínez Conde.
Los niños con autismo tienen un repertorio de intereses restringido, lo cual les hace tener comportamientos repetidos, porque hay una rigidez en su pensamiento, en sus gustos y en la forma de conceptualizar el mundo.
“No es una enfermedad, es un mito, se ha malentendido como enfermedad, pero hoy existen programas para ofrecer un presente y un futuro. El centro es un espacio humano y sensible para la atención de personas con autismo y sus familias”, explicó.
Un ejemplo del éxito de la musicoterapia es Emir, de siete años. Al entrar al centro se tapaba los oídos, pero con el son jarocho se siente tranquilo, feliz y se enfila hacia el camino de la música.
“A mi hijo le encanta el taller de música, le hemos estado comprando sus instrumentos, porque cuando entró aquí se dio cuenta de la música y en casa todo el día está con la guitarra y el violín y me siento contenta porque veo que disfruta algo”, dice su madre Victoria Cosme.
Al son de la jarana, Sael Bernal Zamudio, del grupo musical Pájaros del Alba, va sembrando cultura de costa a costa, de frontera a frontera, pero también va generando sonrisas en los niños.
Desde hace ocho años ha participado en proyectos con menores en el sur de Veracruz, entre ellos con niños migrantes abandonados en la frontera, y hoy, dos semanas al mes, de manera diaria, imparte —junto con su amigo Camil— el taller en el centro de autismo.
“Fue algo nuevo para nosotros y nos dio la oportunidad de conocer a los niños y poder hacer un repertorio en el que ayudamos a reforzar los temas que favorecen el movimiento, reconocimiento de su cuerpo”, afirma.
Para el jaranero, quien hace 18 años comenzó a aprender a tocar, el estar al lado de los pequeños es algo motivante: “Con mi compañero de música hacemos muchas actividades y esta es en la mañana y nos da una chispa para poder seguir”, dice Sael Bernal.
Su personalidad irradia buena vibra y contagia alegría, quizá por eso los sones tradicionales como “Los enanitos”, “La guacamaya”, “La bamba”, “Colás”, “El guapo”, “El coco” y “El piojo” suenan distinto, suenan a amor.