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christian.leon@eluniversal.com.mx
La leyenda contaba que Björk juraba que nunca pisaría el suelo de la Ciudad de México. ¿Por qué? Nadie sabía. Era un simple rumor que se alimentaba año tras año y con cada nuevo tour que la islandesa tenía y en el que este país no estaba contemplado.
Desde hace unos meses cuando se anunció que la artista de 51 años pisaría el Auditorio Nacional de la Ciudad de México, aquella anécdota perdió cualquier valor. Ha pasado una semana desde que Björk conmovió a más de 10 mil personas en el Coloso de Reforma con el tour de su disco Vulnicura y que enloqueció a miles de sus fans en el festival Ceremonia.
Todos creían que la euforia Björk había pasado, que sería una anécdota para recordar, con lo que no contaban es que la intérprete de “Violently happy” se negaría a dejar la capital mexicana tan pronto.
Es así que aprovechando que su exposición digital se encontraba en la ciudad y que su buen amigo Arca también estaba en el país, decidió ofrecer un show especial. En esta ocasión no tocaría sus temas de Vulnicura ni haría un recorrido por lo mejor de su discografía; ofrecería un show en el que su enigmática voz se quedaría guardada y en el que sus manos y su gusto por las tornamesas serían los que brillarían.
Así, Björk, Arca y el Foto Museo Cuatro Caminos dieron el anuncio del show especial tan sólo 12 horas antes. No necesitaron una gran campaña, anuncios ni otro medio tradicional.
Facebook, Twitter e Instagram fueron las herramientas para que miles de fans quisieran ser parte del evento. Para mala fortuna de ellos, sólo habría mil lugares, por lo que tener su boleto de la exposición —requisito indispensable para asistir— no les aseguraría un lugar en esta fiesta ambientada por su cantante favorita.
La hora de la cita, las 21:00 horas, algo que para los fans de hueso colorado sólo significaba una cosa: llegar con varias horas de anticipación.
Por ello, fue normal ver que desde temprana hora —alrededor de las 14:00 horas— diversos seguidores hicieran una especie de guardia a las afueras del museo para que no les ganaran su lugar.
Conforme pasó el tiempo la pequeña fila se comenzó a volver cada vez más larga, pero no fue sino hasta pasadas las 19:00 horas que se dio acceso. Emocionados, los jóvenes (en su mayoría) se arremolinaban en el lobby del lugar a los pies de las tornamesas, en las que la también disc jockey daría su show.
Tras tornamesas. Con un recinto atiborrado de personas en sus tres pisos y planta baja, los ansiosos y afortunados de la noche fueron testigos de cuando Arca y Björk se pusieron tras las tornamesas y la fiesta de luces y sonidos comenzó al ritmo de sus beats.
Si normalmente Björk es reservada con su público a la hora de interactuar, en esta ocasión lo fue más, en ningún momento habló con los asistentes, no hubo mensaje de bienvenida y mucho menos de despedida.
Arca suplió esa ausencia con pequeñas intervenciones en las que animaba a los presentes. Por momentos el público no entendía el concepto del espectáculo y ahí era cuando el venezolano salía al rescate.
Durante el show, ambos hicieron lo que más les gusta: experimentar, así pasaban de sonidos bailables y pegajosos a otros más experimentales que provocaban que las cabezas de los presentes se movieran de un lado a otro. La presencia de la islandesa fue breve, de apenas 60 minutos, pero como algunos fans les repondían a otros: “¿qué esperabas?, es Björk”.