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Parácuaro.— Alberto Aguilera Valadez no se escapó de los cobros de piso, cuotas y extorsiones del grupo criminal La Familia Michoacana, después convertida en Los Caballeros Templarios. Esa fue una de las causas principales por las que Juan Gabriel dejó de visitar Parácuaro desde hace siete años, aseguran amigos cercanos a la familia.


La tierra que lo vio nacer, de más de 26 mil 700 pobladores, está ubicada a 200 kilómetros de la ciudad de Morelia, en la Tierra Caliente, una región asediada por el crimen organizado.


Hoy resaltan los moños negros en el acceso principal del municipio, en las viviendas y, con mayor razón, en la casa marcada con el 361 de la calle que lleva el nombre de Juan Gabriel, donde aún se aprecia el patio de tierra que lo vio nacer hace 66 años. La casa humilde de adobe ya no está; ahora es una construcción de tabique.


Mientras se rendía un homenaje en memoria del gran ídolo de los paracuarenses, saltaban las revelaciones que evidenciaban que El Divo de Juárez también fue víctima de la delincuencia organizada: en su rancho Juangacuaro y en un balneario que mandó construir para que sus familia lo administrara, le cobraba cuotas el crimen organizado. En dos ocasiones “le cayeron personalmente”, según el testimonio de los habitantes. La primera fue en el predio de más de seis hectáreas ubicado en el acceso principal del pueblo y la otra, en la comunidad de La Estancia donde había donado un terreno para construcción de un jardín comunitario, platican a EL UNIVERSAL los allegados a la familia del cantante.


Estaba consciente de la problemática de inseguridad que asediaba a su tierra, sin embargo, no usaba escoltas, como lo narra su sobrino Antonio Valadez Aldama.


“A él (Juan Gabriel) nunca le ha gustado la violencia, nunca le han gustado las armas y de hecho cuando venía aquí, le querían poner guardaespaldas, pero él no quería nada de seguridad porque eso, decía, conllevaba más violencia”, explicó quien fuera uno de sus más cercanos colaboradores por varios años en el mundo del espectáculo.


Los familiares y amigos, le atribuyen justo a esa falta de seguridad, que los enviados de la delincuencia tenían tan fácil acceso a Alberto Aguilera, que nunca se negó a recibir a quien lo buscaba. Pero esa no fue la única adversidad que tuvo que enfrentar.


Desde su infancia la vida lo castigo; su mamá no confiaba en él, y nacer, así como vivir algunos años de su infancia, también fueron un calvario, explica uno de sus añejos amigos, Armando Villaseñor Cervantes.


“El siempre resentía el amor maternal, un amor que le hizo falta muchísimo; la verdad es que sí estuvo muy retirada su madre; sin embargo, él ayudó mucho aquí a la gente a pesar de que sufrió mucho en Parácuaro”, enfatizó el también cronista del pueblo.


Ni la escuela donde empezó sus estudios existe, ya que fue derrumbada hace más de 20 años y se ha convertido en una oficina de Sanidad. Tampoco viven quienes lo vieron trabajar en el aserradero, ni la señora que le ofreció su casa a El Divo de Juárez y a su mamá cuando su padre murió.


La muerte del autor de cerca de 600 canciones desprendió las lágrimas, la conmoción y el reconocimiento de la tierra que lo vio nacer.

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