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Inesperado remake de El libro de la selva (1967, Wolfgang Reitherman), clásico de la animación estilo Disney, el nuevo guión del novato Justin Marks (2016, para el director Jon Favreau y el estudio Disney) no supera el que sobre el libro homónimo de Rudyard Kipling hicieron los guionistas Larry Clemmons, Ralph Wright, Ken Anderson & Vance Garry.

No es la primera vez que este libro pasa a la pantalla. El hijo de las fieras (1942, Zoltan Korda) fue la primera magistral interpretación que mostraba cómo Mowgli (Sabú) se integra a la vida civilizada. No será la última tampoco: la guionista Callie Kloves y el debutante director Andy Serkis entregarán en 2018 Jungle book para el estudio Warner, que se supone será muy oscura, cualquier cosa que esto signifique.

Favreau pretende humanizar la historia. Lo hace de forma artificial y sobrecargada. Problema de la omnipresente animación hecha por computadora que impone un hiperrealismo. El único personaje humano Mowgli (Neel Sethi) pierde también su esencia dentro del barullo visual de una selva tan artificial como la historia, los personajes y el conflicto.

El uso y abuso de esta animación mecánica acumula capas de realidad para fingir lo vital. Alejada de cualquier dramaturgia, esta cinta sólo es trazo gráfico para una apantallante fotografía (a cargo del veterano Bill Pope) que se confunde bajo estratos de caramelo computarizado hecho con mouse, poderoso software y un ejército de especialistas (ilustradores, programadores) que despojan de su ingenua belleza original al libro: Mowgli es un mini héroe de acción; duro de matar, actúa como un Iron Jungle Man (2008, Favreau) enfundado en un par de protectores calzoncillos: salta, se escabulle, evita todo tipo de muertes en la selva, emprende una carrera sin fin y casi sin pausa. Un gran trazo dibujado. Pero sin alma. Este Libro de la selva es tan artificial como una planta de plástico. Atrae y enseguida evidencia que carece de vida.

Ora bien, Desierto (2016, Jonás Cuarón) es un melodrama exploitation que cuenta el enfrentamiento entre Moisés (Gael García Bernal), quien lleva a un grupo de migrantes a la tierra prometida, y ¿Uncle? Sam (Jeffrey Dean Morgan) un asesino estilo milicia minuteman, quien se lo va a impedir. La metáfora es obvia. La moraleja fundamental es que la migración es un error. Oportunistamente presentada como anti Trump, parece a favor de este tipo por presentar el tema igual que viejos filmes como Mojado de nacimiento (1979, Ícaro Cisneros) o Las braceras (1980, Fernando Durán), donde las historias tan sencillas tenían demasiados elementos sueltos que política y/o estéticamente podrían dar la idea contraria a la que denuncian. Es el problema del cine exploitation: es o revolucionario o reaccionario, o ambas cosas a la vez. En este caso, lejano de la lucidez de Espaldas mojadas (1955, Alejandro Galindo): el tema ya no es cómo se cruza la frontera, es profundizar en sus razones; no cómo encontrar la muerte y/o sobrevivir una cacería humana, es saber cómo es por dentro La jaula de oro (2013, Diego Quemada-Diez); no son los vicios y estereotipos y situaciones exploitation cine serie B, es condenar un crimen.

Desierto sucede bajo la luz cenital del sol; sufre una insolación visual (por monótona) y se marea queriendo demostrar la tesis de ¿La tierra prometida? (1986, Roberto G. Rivera), que aunque era sobre la migración hacia la ciudad de México tenía el estribillo “ya no vengan para acá, mejor quédense allá”. Misma enseñanza para Moisés y su intento de llegar a “América”. Rivera presentaba un infierno. Cuarón hace lo mismo en el guión que escribe con Mateo García, donde por supuesto Sam, estadounidense promedio armado con un perro y un rifle, extermina mexicanos.

Exterminio, sí, visto con indignación pero también como destino, como consecuencia inevitable. En esta insolación visual los personajes dejan un vacío en el desierto deslumbrante-deslumbrado (fotografía de Damián García) y a diferencia de las complejidades político-existenciales de La frontera (1982, Tony Richardson), solamente queda una persecución en plan de simple entretenimiento.

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