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Madrid.— El escritor Guillermo Arriaga presentó ayer en la Casa América de Madrid su nuevo libro, El salvaje (Alfaguara), con el que rompe 17 años de pausa en su obra narrativa.
Arriaga fue entrevistado por Arturo Pérez-Reverte, el autor de best seller español.
Junto a ellos, el actor Juan Echanove leyó cuatro fragmentos del libro que explicó que le habían impactado por “la precisión con que diseccionan el dolor”.
Los dos escritores y el actor se conocen bien y han colaborado recientemente en la radionovela sobre el narco Bienvenido a la vida peligrosa, aún por estrenar.
Arriaga aseguró que la escritura de El salvaje, su cuarta novela, le ha tomado “cinco años, 16 horas al día”.
La trama principal es la de Juan Guillermo, un chico cuyo hermano ha sido asesinado por unos fanáticos católicos y que vive azuzado por la rabia.
En paralelo discurre la historia de Amaruq, un inuit que en los helados bosques del Yukón persigue un lobo que lo obsesiona.
Arriaga resumió la obra como el dilema de un joven que “tiene que aprender a sobreponerse tras perder a su familia y decidir si debe vengarse”.
Este planteamiento fue el punto de partida para que él y Reverte conversaran sobre los distintos rostros del peligro, el valor, el mal y la violencia. Los dos autores comparten el interés por el lado más áspero de la vida. “Vivimos en una sociedad que no quiere ver la muerte, y el escritor debe mirar las cosas que no quiere ver”, dijo Arriaga.
Pérez Reverte, a quien le gusta insistir en sus experiencias como corresponsal de guerra y el poso que le han dejado, intentó profundizar en los aspectos inspiradores de la violencia:
“¿Tiene un componente educativo la violencia?, ¿las peleas callejeras educan?, ¿crees que se puede vivir sin enemigos, como piensa esa mitad de la humanidad que se sitúa en el lado cómodo de la vida”, fueron algunas de las cuestiones que le planteó a Arriaga.
Éste fue tajante: “La principal enseñanza tras un episodio de violencia es que no podemos repetirlo. Para un latinoamericano tratar de jugar con la violencia es difícil porque nos ha tocado de forma muy dolorosa”.
Arriaga habló varias veces desde el punto de vista del cazador, una actividad que reconoce que genera controversias con los defensores de ideas animalistas, pero que él considera que lo acerca a la naturaleza con una intensidad especial.
“Esta temporada estuve cazando 30 días y no logré ni un venado, levantándome a las cuatro de la mañana, caminando a ocho grados bajo cero. Esa es la experiencia de la caza”, explicó.
Como parte de esa necesidad de buscar la cercanía con los animales, el peligro y los instintos, Arriaga apuntó que siempre caza con flecha o cuchillo.
Para ilustrar la filosofía con la que se enfrenta al momento de la muerte, contó una anécdota de la última cacería con su hijo:
“Estaba muy cerca del venado. Lo tenía listo para matarlo. Fui a jalar del arco, que es un movimiento violento con el que los animales se asustan e intentan huir, pero cuando lo hice este venado no se movió. Así que decidí que no lo iba a matar, porque no me gusta matar. Se trata de cazarlo según sus reglas”.
El escritor asegura que ha volcado ese “profundo amor hacia los animales” en la novela, y planteó una lectura existencial para la misma.
“Es una reflexión sobre la vida y qué tanto queremos ser domesticados. Sin concepto de finitud, la vida se convierte en algo blando y gelatinoso. No hay nada peor que un ser domesticado, que alguien que pierde su destino o aquello para lo que cree que fue destinado”.