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Roberto Cobo lo toma por el cuello. Gonzalo Vega lo aprieta por la cintura. Cobo va de travesti. Vega, de macho campirano. El lugar, un prostíbulo sin límites. Cobo lo besa. Vega le dice: “Yo creo que un hombre debe ser capaz de probar de todo”. Y luego le responde el beso. Furibundo, Cobo se deja llevar.
Desde atrás de la cámara, Arturo Ripstein grita “¡corte!”. Y se repite. No una vez. No cinco. Esa tarde, Cobo y Vega actuaron ese beso 19 veces. En algún momento, Roberto bromeó al cotizar lo que le costaría a Gonzalo tanto ósculo: “Chalito, esto ya no es departamento, ya vale un condominio”, le dijo.
La escena, que marcaría un parteaguas en el cine mexicano, es parte de El lugar sin límites, cinta que provocó muchas dudas en Vega. “Llegué a pensar que mi carrera se terminaría”, explicó el actor en una entrevista para TV Azteca.
La realidad es que fue aplaudida en la Reseña de Acapulco, ganó el Ariel de Oro y obtuvo un premio especial del jurado en San Sebastián.
Desde entonces, la trasgresión sería el sello en la carrera del actor mexicano que murió ayer por la tarde. Su siguiente paso fue un travesti en The Rocky Horror Story, producción de Julissa que estuvo un año en cartelera y en la que aparecía con vestuario de sadomasoquista. Entonces Gonzalo Vega se da cuenta que el público lo ha identificado con el estereotipo de la sensualidad. Algo hay en él que mueve al erotismo y eso es explotado por los productores que lo contratan en esa época para las películas La seducción (1981), El sexo de los ricos (del mismo años), Retrato de la mujer casada, y finalmente Los renglones torcidos de Dios, con Lucía Méndez y que marca el final de esa época.
Después vendría le película que hizo con el Luis Miguel adolescente (Ya nunca más) y su llegada a las telenovelas con Cuna de Lobos.
Fue la época de mayor fama y popularidad para el actor.
Pero la comodidad nunca fue lo que él quería. Y comenzó a trabajar con el director Carlos Téllez lo que sería el proyecto teatral que marcaría dos décadas de su vida: La señora presidenta.
Esta puesta en escena se trataba de una parodia cómica sobre el machismo, la sexualidad y la infidelidad. Nada de política, lo cual solía ser una confusión regular entre el público. La obra era, en realidad, una adaptación de un montaje francés.
“Es un fenómeno de supervivencia digno de estudio”, escribió Víctor Hugo Rascón Banda cuando la obra obtuvó el Récord Guiness por ser la que más cambios de ropa ha hecho: 29 mil 904.
Hasta hace dos años, Vega aún presentaba ocasionales temporadas de este montaje al que poco a poco le fue incluyendo mensajes políticos incluso en los anuncios comerciales en los que presmía en tono norteño: “¿Qué pasó raza? A tí que votaste por mí, muchas gracias. Llevamos cinco años en el poder”.
Ahí, otra vez decide que lo suyo es ser capaz de probar de todo. Aunque en Televisa tenía la comodidad de haber triunfado con el protagónico de Cuna de Lobos, es de los primeros que decide mudarse a TV Azteca para participar en las producciones de la naciente Argos, con la telenovela La vida en el espejo.
Clásico. El 3 de noviembre de 2013, en un teatro de la delegación Venustiano Carranza, Gonzalo Vega recibió el último aplauso como Don Juan Tenorio. Durante 30 años, el actor mexicano puso varias temporadas del clásico de José Zorrilla gracias a algo que el director Arturo Ripstein llamaba “increíble versatilidad de Vega”.
Así que mientras hacía cine con Luis Miguel, telenovelas en Televisa o la cómica La señora presidenta se daba tiempo para interpretar al amante empedernido y seductor que no le teme ni a la muerte.
Todavía hizo algunas presentaciones en el interior de la República pero aquella noche la función fue especialmente significativa porque estuvo acompañada por su pareja Andrea Sisniega. Y al final de la función, tomó el micrófono para depsedirse del público: “Esta mujer que está aquí, que es la dueña de mis quincenas, es la responsable junto con mis hijos y mis médicos de que yo esté vivo”. Cuando terminó, con lágrimas en los ojos y alzando los brazos el cielo, entre el público se escuchó un grito unánime: “Eres grande Gonzalo”.