Ahí está Juan Gabriel: en esa cajita de madera con una Virgen de Guadalupe al centro. Ahí está Juan Gabriel: en esos 48 mil tuits que lo convirtieron en la segunda tendencia más comentada ayer. Ahí está Juan Gabriel: en Ana María Martínez, que carga una rosa blanca y llora; en Francisco Manuel, que lo imita desde hace 25 años y que gracias a eso le ha dado de comer a su familia; en Aída Cuevas, que le canta “Te sigo amando”; en su hijo Iván que, quién sabe cómo, evitó romper en llanto y sólo soltó una que otra lágrima.

Ahí está, en cada uno de los cafés que venden las tiendas 7 Eleven y que incluye, gratis, una manga con la foto de El Divo de Juárez.

Con el homenaje que se le rindió en Bellas Artes a Juanga lo hicieron eterno con una fila que comenzó a las puertas del Palacio, le daba la vuelta la Alameda Central y luego, efectivamente, no tuvo fin. Por el contrario, tuvo que seguir en la noche y recomenzar hoy por la mañana para dar cabida a tanto amor del Pueblo Juan Gabriel, ese que no nació para amar, que no tiene dinero ni nada que dar, que no sabía de tristezas ni de lágrimas ni nada, que quisiera que sus ojitos jamás se hubieran cerrado nunca.

Un pueblo que, a una semana de su muerte, aún se duele y por eso sintió la necesidad de ir a esperarlo al aeropuerto e incluso de llevar a bebés, que todavía no hablan ni caminan pero que de todos modos “tienen que ver por última vez al ídolo que reinventó el género ranchero”, al que movilizó a 2 mil 100 policías en un día, que convocó a 800 reporteros de varios países y reunió lo mismo a cantantes de ópera (Fernando de la Mora) que vernáculos (Pablo Montero y Aida Cuevas).

En su trayecto del aeropuerto hacia el Palacio de Bellas Artes, los puentes del Viaducto Río Piedad parecía que fueran a pandearse porque todos quieren su pedacito de historia, quieren verlo pasar y dejarlo grabado en una foto o un video tomados con su celular.

No es, sin embargo, solamente un pueblo de a pie, también de a coche. Alguna vez él mismo contó que muchas veces mujeres de evidente clase alta lo detenían para pedirle un autógrafo y luego, mientras firmaba, le decían: “es para mi empleada doméstica”. Nunca le molestó, él sabía que, como ayer se demostró, también los que van en camionetas de lujo lo escuchan. En Viaducto y Eje Central, los automovilistas se detienen, bajan de sus autos, tocan el claxon o suben el volumen de su estéreo para que se oiga alguna de las más de sus mil 500 canciones.

Aprovechándose de las estadísticas, los vendedores ofrecen memorias digitales con la discografía del cantante y contribuir así a mantener la regla de que cada 40 segundos se escucha una de sus canciones.

Porque ahí también está, convertido en mp3, Juan Gabriel. Lo mismo que los paraguas que, con su imagen, se ofrecieron en los momentos en que la lluvia amenazaba con aguar el homenaje. Y también está en los que subieron a la Torre Latinoamericana para testificar el momento desde las alturas o quizá para estar más cerca de él. Porque desde ayer su pueblo lo hizo como corresponde a toda leyenda, omnipresente. Y, por cierto, nadie se refiere a él como si ya estuviera muerto porque, ya se sabe, “su amor es eterno e inolvidable pero tarde o temprano yo voy a estar contigo...”

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses