Más Información
Senado destaca aprobación de 16 reformas constitucionales; entre ellas al Poder Judicial y Guardia Nacional
Trump y sus amenazas a México, ¿puede injerir en asuntos políticos del país?; esto dice la Constitución
De Mexicali a Buckingham; estudiantes mexicanos participarán en desfile internacional "London’s New Year’s Day Parade”
Sheinbaum supervisa avance del Trolebús Chalco-Santa Martha; se reúne con Delfina Gómez y Clara Brugada
Reinserta lanza campaña “Los otros Santas”; busca concientizar sobre el reclutamiento infantil por la delincuencia organizada.
El Mariachi Mi Tierra de Juan Gabriel, que lo acompañó por más de 20 años, era renuente a bailar a lado de El Divo de Juárez por una simple razón: los mariachis no bailan. Un día el cantante les advirtió: “El que no baile, no está en el show”.
Biurki, como le dicen sus compañeros, recuerda que Don Alberto se enfrentó una vez más a la negativa de sus músicos.
“Un día se le ocurrió decirnos que en el ‘Noa Noa’ íbamos a bailar, pero nos lo dijo de broma, vacilando. Unos dijeron que no, que eso no iba a pasar, así que él respondió que estaba bien, pero que ya no íbamos a seguir. Lo tomamos como un reto, pero también como una broma. Un día salimos al escenario y durante esa canción nos sentimos como en el salón de clases, que el maestro nomás nos estaba vigilando. Se acercó al más renegón y le dijo: ‘Tú’. ¡Y órale! Luego el que siguió, y así, uno tras otro, todo era una gran carcajada. Hasta nos escondíamos unos detrás de otros para que no nos viera y nos pidiera que nos pusiéramos al frente. Lo agarramos como vacile”, recuerda.
Así, Alberto Aguilera Valadez domó al mariachi, acaso una de las figuras más representativas de la virilidad mexicana. Y, cualquiera que haya visto un show en vivo del cantautor, recordará que más de uno de ellos, así, vestido de charro, se contoneaba al ritmo del himno a las noches de fiesta y discoteca en Ciudad Juárez.
“Tampoco le gustaba que tomáramos, pero un día metimos una botella de tequila y nos la íbamos rolando. Se dio cuenta. Él siempre lo sabía todo, parecía que tenía ojos detrás de la cabeza. Y nos decía: ‘Todo el que esté mascando chicle, ya sé lo que está haciendo’. Nos hacía muchas bromas y muy buenas”, recuerda Biurki.