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Es un “yo estuve ahí” de cientos de personas que han salido a la calle y toman fotografías y videos con sus celulares en el momento en que la carroza fúnebre pasa con las cenizas de Juan Gabriel.
Es para muchos quizás un registro incluso histórico que les permitirá decir: “¡Mira ahí está El Divo de Juárez; y aquí estoy yo!”, tal como grita una señora al ver la carroza fúnebre que pasa junto a ella.
Otro señor, muy joven, alza a su bebé en brazos para que también registre el momento, a su manera.
Es un escenario común que hoy pisan todos al salir a la calle frente a aquel al que admiraron.
Es quizá también un momento único que va transfigurando la arquitectura de la ciudad con personas asomadas a las ventanas de sus casas, a las azoteas de sus edificios.
Los puentes del Viaducto Río Piedad parece que fueran a pandearse por la cantidad de personas que llevan; y cada una de ellas registra el momento con sus celulares. No hay ninguna posibilidad de que las autoridades controlen que ya nadie se suba a los puentes, todos quieren un registro. Es despedirlo y que quede la imagen inmediata en sus aparatos móviles.
Es la fiesta y el duelo. Todo ahí al mismo tiempo en la calle, mientras la carroza fúnebre avanza por el Eje Central Lázaro Cárdenas. Es despedir al que se fue con cantos, sólo que esta vez con los cantos propios, con las composiciones de aquel que falleció; los cánticos que lo acompañan en su trayecto desde el hangar presidencial hasta el Palacio de Bellas Artes.
Son las 14:00 horas; en Viaducto Río Piedad los coches ya no circulan. Esto es un gran estacionamiento con personas abajo de sus coches registrando el momento con sus teléfonos; y las bocinas de los autos acompañando el paso de la carroza fúnebre, una camioneta gris , y un coche blanco que lleva a los familiares del cantautor mexicano que compuso más de mil 500 canciones a lo largo de su vida.
Aquí, a su paso, se reúnen todas las clases sociales. Algunas personas se toman incluso selfies con la carroza gris atrás, auto que siempre avanza a baja velocidad.
Hay tiempo, a pesar de la lluvia, que se puso fuerte en el trayecto de aproximadamente una hora para gritarle porras, “vivas”; para arrojarle pétalos, globos blancos y agua al pasar, como lo hace la gente.
Es la conmoción por la muerte repentina: “Y por eso lloro. ¿ Y qué?”, reta una mujer de aproximadamente 60 años de edad.
Es la oportunidad también del negocio: algunos venden paraguas, otros discos de Juan Gabriel, otros banderas blancas; es un “cómo aprovecho esto para también vender”.
“¡No debieron hacerlo cenizas!, reclama una señora a gritos desde una ventana. Otra lleva una camiseta con letras que dicen una promesa eterna: “Siempre en mi mente”; y la estira cuando ve pasar la carroza cerca de ella, para que el mensaje quede bien claro a quienes la ven.
Porras, “vivas”, niños, adultos mayores, jóvenes, todas las edades ahí presentes en un yo colectivo: Ver los restos de Juanga y sin pagar boleto.
Un gran tramo de la Ciudad de México y su gente como un escenario común. Los gestos, las expresiones teatrales, el dolor, la alegría, el llanto, los gritos, los vivas, los cantos… todo ahí al mismo tiempo, entre lo trágico y lo festivo.
Es un intento por correr atrás de la carroza y la imposibilidad de hacerlo ante la extrema seguridad que rodea el cortejo fúnebre. Es un intento de ser no sólo parte de lo público del hecho sino actor del mismo. Al ver las cámaras de televisión, la gente grita con fervor: “¡Tómeme a mí! ¡Viva Juan Gabriel! ¡El máximo ídolo de la música popular mexicana!”
Todos dueños de un mismo escenario donde El Divo de Juárez pasa por última vez.