cristina.pineda@eluniversal.com.mx

Ciudad Juárez.— Veinte años pasaron para que Tomás Amaya (62 años) y su familia se reencontraran con El Divo de Juárez, aunque no como ellos hubieran querido.

El ahora escultor dejó décadas atrás su país natal para residir en Phoenix, pero antes fue vecino de Aureliano Ramírez, en aquel entonces cantinero del Noa Noa, en Ciudad Juárez. Por eso conocía de vista a Alberto Aguilera, porque era el encargado de llevar el lonche de Aureliano a su trabajo.

“Él lo dejaba entrar por la puerta de atrás al Noa Noa porque en ese entonces Juan Gabriel era menor de edad; recuerdo que le decía apúrate, canta dos o tres canciones y luego te sales con tu guitarra porque si no me vas a meter en problemas. A mí el cantinero me decía, mira aquel joven que canta bien bonito; sabía que podría trascender”.

Aunque Tomás decidió irse a probar suerte a otra parte, la vida los volvió a reunir para el festejo del 25 aniversario del cantante en donde se enteró que había un concurso donde los fans le hacían regalos siguiendo una pregunta: ¿Qué representa Juan Gabriel?

“Hice un mosaico de una guitarra con cuerdas en tercera dimensión, no me importaba nada más que expresarle mis sentimientos. Fui al canal y le di la vuelta, por atrás vi a un señor y le dije que se lo hiciera llegar, me dijo que volviera al día siguiente.

“Después me hablaron para decirme que me quería conocer, me dejaron arreglarle el camerino, nos pagó los boletos y me autografió uno de sus casetes que es el que más me ha gustado, El México que se nos fue. Es muy duro. Yo pienso que con él se nos fue México. Le escribí un poema y una carta de agradecimiento”, dijo con la voz entrecortada mientras lo dejaba junto a un ramo de flores afuera de su casa.

Al papel no le hizo ningún cambio y quería que, dondequiera que estuviera, recordara esas palabras que tanto le agradeció: “Si yo pudiera cantar, seguro que te cantara, mas como no lo sé hacer mejor te hice esta guitarra. En tu canto está el arte y en mis manos las palabras. Linda la tierra norteña, esa que me vio nacer y qué orgulloso me siento de chihuahuense yo ser y de tener de paisano a un gran hombre, Juan Gabriel. Arriba Juárez tú gritas, en conciertos por doquier y eso todito Chihuahua te va agradecer. Veinticinco años son pocos, faltan cien por recorrer”, parte de las frases.

Ese 31 de agosto de 1996, en Phoenix, junto a su esposa y sus hijos se tomaron fotografías con el que llevan consigo cerca del corazón. Un bigote menos, nietos de más y 20 años encima se reúne, la mayor parte de la familia sin importar que hayan manejado toda la noche, para despedir a aquel hombre tan sencillo que conocieron.

“Tanto saludaba al hombre más potente como al más humilde. Me llenó que estuvo jugando con mis hijos, nos divertimos con él y en cuanto salió me abrazo, me dijo que era un artista y que Dios bendijera mis manos. Vine con ellos, con mi hija que ya no tiene 14 sino 34. Yo siempre les he dicho a mis hijos que no basta ser millonario para ser grande. A pesar de lo que tenía, era una persona cariñosa, bondadosa y que siempre puso en alto el nombre de Juárez. Estamos aquí desvelados, pero no podía dejar de venir”.

También le causa gracia una anécdota que lo hace aceptarlo como humano, seas cuales fueran sus preferencias porque desde su visión amó al mundo, no importaba si eran hombres o mujeres. “Su equipo cobraba las fotos, a nosotros nos la regaló y sólo permitía que se retratara una persona, con nosotros hizo la excepción. Algo que no olvidaré es que cuando se tomó con mi esposa y conmigo dijo venga para acá, y mi esposa se acercó, pero él dijo no, él. Para mí su manera de ser no tiene nada que ver, es un ser humano. Me da alegría ahora traer a mis nietos”.

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses