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janet.merida@eluniversal.com.mx
Desde el lunes la gente no ha cesado. Pasan curiosos por el Palacio de Bellas Artes y al escuchar la música y las porras se quedan y casi siempre se integran a este curioso homenaje que no se detiene, cambia de gente, de imitadores, de señoras y niños pero no se detiene: es el tributo del pueblo para su ídolo, Juan Gabriel.
Este jueves no fue la excepción pero a diferencia de los días anteriores, una nueva porra surgió, una dedicada a “La comadre”, refiriéndose al fallecido cantante Juan Gabriel.
También, los ahí presentes anunciaron que hoy a las 12:00 horas saldrá una especie de marcha hacia la Plaza Garibaldi y posteriormente al Zócalo de la Ciudad de México acompañados con un mariachi en el que son bienvenidas las rosas blancas, las pancartas de Juan Gabriel, las fotos y los recuerdos en torno al ídolo.
Al llegar al Zócalo, el plan es montar una ofrenda con todo lo que lleven los fans de El Divo de Juárez y se queden un rato haciendo lo mismo que hicieron ayer en la explanada del Palacio de Bellas Artes: cantar, bailar y echarle porras al que consideran el mejor cantautor de regional mexicano.
Todos enfatizaron en que lo que ocurre ahí es un esfuerzo conjunto de la población que tiene un gran respeto por Juanga y encontraron en ese espacio en la entrada del Palacio de Bellas Artes una manera de honrarlo hasta que el próximo lunes lleguen sus cenizas a este lugar.
Ayer, el entusiasmo de sus seguidores bastó para convertir otra vez la explanada en una ofrenda en la que lo mismo hay fotografías que carteles y recortes de periódicos.
Aunque evidentemente los imitadores de Juan Gabriel son quienes llevan la batuta del jolgorio, ellos mismos se han empeñado en dejar claro que el tributo es espontáneo y que nadie es el líder de esta manifestación.
La actitud de las personas parece natural para honrar a alguien que en vida nunca se ocupó en cultivar la egolatría ni el glamour sino, por el contrario, mantenerse ligado a eso que los sociólogos llaman gusto popular y que fue la razón del cariño que hoy le profesan.
Y cada que algún transeúnte pasa cerca de allí, se hace evidente la razón por la que vendió tantos discos.
Todos se saben alguna canción de Juanga y fue el sonido que los acompañó en algún momento de su vida por lo que a nadie le parece extraño que, olvidándose del trabajo en la oficina, de los deberes escolares, de la cotidianeidad que todo lo absorbe, se detienen por varios minutos y hasta horas para cantarle al Divo de Juárez que “cómo quisieran que viviera, que sus ojitos jamás se hubieran cerrado nunca...”