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Ciudad Juárez.— Fue sin duda el bar más famoso de América Latina. Pero quizá ese contagioso ritmo que salió de la inspiración del Divo de Juárez fue demasiado generoso y llevó al Noa Noa a un sitio más allá de su realidad.
Ubicado en el cruce de Ignacio Mejía y la avenida Juárez, emblemática calle que lleva desde hace más de 130 años hacía los Estados Unidos, el Noa Noa fue un bar pequeño, y en sus últimos tiempos era una simple cantina sin mayor atractivo que el lejano paso de Juan Gabriel por sus pistas de baile.
Ahí comenzó la historia musical del recién fallecido cantautor. De hecho, las primeras melodías que cantó a un lado de la pista de baile del lugar las interpretaba en aquellos años de la década de 1970 bajo el nombre de Adán Luna. Ya como Juan Gabriel acudía solo a divertirse y recordar viejos tiempos, no a presentarse.
Pero el mítico lugar no existe más, tras ser abandonado hace unos años luego de haberse quemado. Quedó en ruinas y no hubo quien quisiera apostar por rescatarlo, ni gobierno, ni empresarios o el propio artista.
Finalmente se vendió como terreno y el nuevo dueño lo acondicionó para estacionamiento de una óptica y una casa de cambio.
La amiga que vende entrevistas. Así como el Noa Noa, la relación entre Juan Gabriel y Mercedes Álvarez vino a menos; de nombrarse hermanos, de que la dedicara uno de sus grandes éxitos (“Meche”), de que la regalara una casa y pagara la educación de sus hijos, quedó nada, revela la mujer.
Tan mal quedaron las cosas que Mercedes, para dar entrevistas sobre el Divo de Juárez, pretende cobrar 5 mil pesos a cada medio de comunicación. Ayer, al acudir a colocar una ofrenda floral acompañada del ex dueño del Noa Noa, David Bencomo, Meche, a regañadientes, hizo unas breves declaraciones. “No lloren por él, recen por él. A Alberto le gustaba la alegría, entonces no le lloren”, dijo quien viviera por años con el artista, y pasaran pobreza y hambre juntos.
Recordó que la última vez que se vieron fue porque ella fue a buscarlo en la develación del mural que se pintó en su honor hace un año, aquí en Juárez.
“Me dijo que un día antes había cantado mi canción, le contesté que estaba enferma y no pude ir a verlo. Le pedí que me firmara una foto, y no quiso, me dijo que ahí estaba el original, que no pidiera fotos y se fue”.
Con una adicción al alcohol, Meche dejó de ser parte de la vida del cantante, perdió los bienes que tenía y volvió a la pobreza en la que conoció a Alberto Aguilera. Solo la melodía mantiene vigente el amor de familia que en aquellos años decían sentir.
El Juárez del Divo. A pesar del éxito y la fortuna, Juan Gabriel siempre llevó a Juárez en el corazón. Quizá, en parte, las penurias de la niñez lo hacían volver y demostrarse que su vida ya era distinta. Por ello cada vez que pisaba la frontera hacía una visita obligada a la panadería Pasti Gel.
El modesto negocio sigue operando después de años. Ahí, cuando niño, compraba el pan al lado de su madre, quien trabajaba en una mansión cercana como servidumbre. Después, Juanga la compró y se la obsequió.
En la panadería ahora le regalan el pan. Lo mismo ocurría en varios bares del viejo centro de Juárez, en los cuales solía aparecer de pronto e invitar las bebidas para todos los presentes, con la única condición de que no se hicieran tumultos a su alrededor. Luego, antes de retirarse solía dejar jugosa propinas a los meseros, algunos refieren que hasta 5 mil pesos para cada uno.
La última parada era el restaurante Shangri Lha, a donde iba de incógnito y se retiraba sigilosamente.