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La batalla de Dunkerque es un episodio poco conocido de la Segunda Guerra Mundial. Los aliados —en ese momento Bélgica, Holanda, Polonia, Canadá, Francia e Inglaterra— atestiguaron cómo 400 mil efectivos fueron acorralados por el ejército nazi, que los superaba dos a uno.
Para evitar una matanza, se replegaron en Dunkerque y, entre el 26 de mayo y el 4 de junio de 1940, lograron ser desalojados en su inmensa mayoría. Esto debido a una pausa bélica que los historiadores no explican cabalmente —Hitler pudo arrasar esa playa—. La hazaña no se dio con la ayuda de barcos destructores pues, a consecuencia de las difíciles condiciones de la playa, hubo de improvisar el rescate con embarcaciones de bajo calado.
El llamado “milagro de Dunkerque” inspiró varias cintas; destacan Dunkirk (1958, Leslie Norman) y La derrota gloriosa (1964, Henri Verneuil), pero en nada se acercan al sorprendentemente intenso Dunkerque (2017), décimo largometraje escrito y dirigido por el lúcido e inspirado Christopher Nolan, que logra las alturas de otras notables cintas anti-bélicas: Yo acuso (1919, Abel Gance) y Sin novedad en el frente (1930, Lewis Milestone). Asimismo, La patrulla infernal (1957, Stanley Kubrick) y Apocalipsis (1979, Francis Ford Coppola).
El trabajo de Nolan tiene un buen aliado en el preciso montaje de Lee Smith, la brillante fotografía post-impresionista del suizo Hoyte Van Hoytema y las actuaciones sin ninguna nota falsa.
También en los protagonistas veteranos Kenneth Branagh (el comandante Bolton, mezcla de varios personajes reales), Cillian Murphy (el soldado temeroso), James d’Arcy (el preocupado coronel Winnant), Mark Rylance (el heroico señor Dawson), Tom Hardy (el soldado de la fuerza área británica Farrier); como de los novatos que representan la tropa: Tommy (Fionn Whitehead), Gibson (Aneurin Barnard), Alex (el cantante pop Harry Styles en grata actuación), y el voluntario George (Barry Keoghan).
Desde la perspectiva de los soldados asediados, en una parte por aire, en otra por tierra, aunque siempre de espaldas ante la inmensidad de un océano a un paso de devorarlos, Nolan logra una cinta casi abstracta sobre cada angustiante detalle de ese episodio histórico que estuvo lleno de incertidumbre.
El filme lleva al espectador a vivir en esa playa, a sentir las balas cruzando el espacio, a respirar en la cabina de un Spitfire enfrentando un Messerschmitt.
El guión, la dirección —tanto lo técnico como lo artístico— están al servicio de un relato que en menos de dos horas reflexiona, a veces en silencio, sobre cómo encarar la compleja inhumanidad bélica en un espectáculo visual para IMAX que destila perfecciones sin excesos sanguinolentos.
Nolan confirma que el cine puro es una ciencia exacta: la suma de los elementos que conforman Dunkerque da por resultado una rara obra maestra absoluta.
A su vez, El planeta de los simios: la guerra (2017), quinta cinta de Matt Reeves, concluye con espectacular belicismo la trilogía iniciada en 2011.
La película clásica de Franklin J. Schaffner, basada en la novela original de Pierre Boulle, con cinco entregas y que el mismísimo Tim Burton no recicló con éxito en 2001, Reeves la releyó bien (su conclusión alude al filme de 1968: véase, por ejemplo, el personaje de Nova —Amiah Miller—) y fusiona lo humano con lo animal en un expresionista filme de miedo y acción con simios tan escalofriantes, encabezados por César (Andy Serkis), como los humanos que dirige el Coronel (Woody Harrelson).
De lo mejor en la ciencia ficción contemporánea.