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Un don excepcional (2017), cuarto filme de Marc Webb, significa un regreso a las raíces independientes del director. Las de 500 días con ella (2009), comedia romántica con efecto con que llamó la atención para luego dirigir El sorprendente hombre araña 1 (2012) y 2 (2014).
Ahora su temática es modesta: el sensible Frank (Chris Evans) cría a su sobrina huérfana Mary (McKenna Grace) descubriendo que es un prodigio para las matemáticas. Como novedad, la malvada del cuento es la abuela, Evelyn (Lindsay Duncan), quien piensa que Mary debe tener una educación especial, a lo que se opone Frank. Este conflicto da para un disparejo melodrama sobre la fe en la rutina cotidiana sin la carga emocional de ser o sentirse excepcional.
La película es convencional, pero Webb hace que Mary, encantadora de principio a fin, cargue en sus pequeñas espaldas el peso dramático, volviendo profundamente conmovedor el tema. Que parece salomónico, con tío y abuela peleando por quedarse cada uno con su parte de la niña. Webb se sacude con habilidad bastantes clichés; se concentra en la mejor parte del argumento, la relación Mary-Frank.
El segundo acto, que involucra un tribunal, tiene sus momentos; deliberadamente es un chantaje lacrimógeno pensado para impactar al espectador. La falta de contundencia de esta cinta no se debe tanto al director sino al poco activo y creativo guionista Tom Flynn (es éste su único trabajo en 17 años). Pero la parte entrañable hace que valga la pena.
Premonición/2:22 (2017), segundo largometraje para cine en casi tres lustros del australiano Paul Currie, cuenta la historia de Dylan (Michiel Huisman), controlador de tráfico aéreo que tiene el don excepcional de encontrar patrones en situaciones cotidianas. Su relación con Sarah (la siempre bella y expresiva Teresa Palmer al borde del estereotipo como eterna novia de las tragedias, en este caso cósmica), forma parte del misterio, de algo que Dylan debe resolver con su obsesión sobre lo que siempre sucede a las 2:22. Currie hace malabares con el argumento del debutante Todd Stein, quien ni con la ayuda del más experimentado guionista Nathan Parker (con créditos en filmes de ciencia ficción), logra sacarle jugo a una historia reiterativa en su propuesta. La solución no es del todo satisfactoria; la esencia del tema se queda a medio camino entre una intensa cinta de ciencia ficción sobre irracionales digresiones, y otra romántica forzada.
Va con irregular fortuna de lo inverosímil a lo espectacular.
7 deseos (2017), quinto filme como director del fotógrafo John R. Leonetti, agarrando fuerza en el género del terror, trata sobre cómo una caja (con demonio incluido), misteriosamente atractiva, que posee el don de otorgar deseos, cae en manos de la frágil jovencita Clare (Joey King). El guión de Bárbara Marshall se inspira en la vieja historia de W. W. Jacobs, filmada previamente al menos 13 veces como La pata del mono, destacando las versiones de Wesley Ruggles & Ernest B. Shoedsack hecha en 1933, y la de Norman Lee de 1948, donde pedir los deseos incluía un elevado costo mortal.
Leonetti dirige inspiradamente este ejercicio de estilo, lúgubre, infestado de angustia adolescente, que sigue un camino poco convencional sobre el miedo cerval. Y debido a que el concepto de los siete deseos en la caja difiere de versiones previas, es más densa la omnipresente atmósfera demoniaca (gracias a la foto de Michael Galbraith y la música de tomandandy).
Una depurada cinta de suspenso y terror que es puro entretenimiento.