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La primera vez que Michel Franco pisó la Riviera francesa tan sólo tenía 30 años. Lo hizo con su opera prima llamada "Daniel y Ana" y el simple hecho de estar en Cannes era suficiente para ver la sonrisa constante del joven director por los pasillos del Festival.
En ese entonces aún no sabía el vertiginoso camino de premios que le esperaba pero ya se vislumbraba que estaba naciendo una nueva promesa del cine mexicano pues la críticas a la película fueron excepcionales pese a que ese año no tuvo galardón.
Cuando volvió con "Después de Lucía", lo hizo en una sección más grande, Una cierta mirada. La noche del estreno de "Después de Lucía" la sala Debussy vivió una de las ovaciones más bonitas de esa edición. Los aplausos no paraban, la gente de pie y Michel sonreía y dejaba correr las lágrimas, era evidente que le desbordaba la emoción.
Cuando Tim Roth anunció el gran premio para su película, Michel temblaba, sabía que lo que había conseguido era muy importante. Y como si de pronto la vida le exigiera convertirse en un gran orador, daba su primer gran discurso frente a una sala abarrotada.
Si algo ha caracterizado a Franco es que siempre es amable, cálido y muy respetuoso. Con la prensa, con su equipo y nunca olvida agradecer a quienes le han ayudado en el camino y a reconocer el trabajo colectivo. Ese año Michel creció, pasó de ser una joven promesa a un director consolidado. Pero lo más grande estaba por llegar.
El gran reto fue cuando tres años después llegó con su película "Chronic" en la Competencia Oficial, ese año Michel estaba midiéndose con las vacas sagradas de la cinematografía mundial como Matteo Garrone, Todd Haynes, Paolo Sorrentino y Gus Van Sant.
Pero él permanecía sereno, centrado, tranquilo. "Para mí el sólo hecho de estar aquí y en Competencia Oficial ya es un triunfo, no espero nada más. Ese es mi premio, que se haya considerado a mi película con el nivel para estar aquí", decía todo el tiempo, y en verdad lo creía. Ese año fue polémico porque los críticos amaban y odiaban el final de "Chronic", era uno de los temas constantes en el Festival, pero Michel siempre lo sostuvo: "Para mí ese era el final que tenía que ser, punto. No me arrepiento y creo que está bien", decía constantemente en las ruedas de prensa, en las entrevistas, en las charlas de cóctel.
En un encuentro con jóvenes estudiantes de cine que dio en el Marché du Film del Festival contaba: "Yo nunca estudié cine y todos me decían que no iba a poder, pero nunca me lo creí, hay que quitarse las barreras y ser valiente y ponerse a filmar". Cuando llegó la noche del Palmarés y le dieron el Premio a Mejor guión, Michel recibió la mejor prueba de que su apuesta había sido la correcta. El reto no sólo estaba superado sino que lo había hecho con creces.
Este 2017, Michel volvió a Una cierta mirada y él sabía que su filme había gustado y se había llenado de aplausos y de elogios pero siempre se mantuvo tranquilo, serio, con los pies en la tierra. Y hoy, que el Premio llegó de nuevo él, incrédulo aún, contento y sobre todo, más sonriente que nunca lo recibió de manos de Uma Thurman. Se veía feliz, con la madurez de un director que sabe que ha empezado un camino en el que ya no hay marcha atrás y sí un gran futuro.
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