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Otra vez la burra al trigo. El problema con el llamado UCM (Universo Cinematográfico Marvel) —o el de DC, o cualquiera que traspase cómics al cine— es que en cuanto logra algo interesante, lo vuelve consumo.

Guardianes de la Galaxia vol. 1 (2014, James Gunn) fue una nueva fórmula, satírica, a la que nadie apostaba. Así que la historia de Star Lord, o Peter Quill (Chris Pratt), buscando su identidad perdida por toda la galaxia, fue original. Entre las exageraciones características del género y la creación de un verdadero Escuadrón suicida (2016, David Ayer), las aventuras de Star Lord, parecidas a las de uno y todos los Avengers juntos se salvaban por su saludable sarcasmo.

Cuando el género se volvía solemne recuento de banalidades apocalípticas, este filme rescataba, a manos del también guionista Gunn, la simple diversión tomada en directo del oscuro y olvidado cómic creado en 1969 por Arnold Drake y Gene Colan, el que en 2008 revivieron Dan Abnett & Andy Lanning.

Ahora, para la entrega 15 del UCM, Guardianes de la Galaxia vol. 2 (2017), apenas cuarto largometraje para cine del aún vital experto en farsas contemporáneas Gunn (tras Criaturas rastreras de 2006 y Súper de 2010), pero ya mostrando signos de fatiga, de nuevo con banda sonora llena de viejos éxitos radiofónicos, lo que en el Vol. 1 era hallazgo aquí es repetición, rutina; la aventura continúa medio predeciblemente buscando explicar el origen de Peter Quill.

Y, por supuesto, como se exige en este tipo de filmes, los viejos enemigos ahora son amigos; para darle una inyección vital a la trama aparecen por ahí un par de legendarios astros haciendo papeles “a la medida” (Sylvester Stallone, Kurt Russell). Porque, antes que originalidad, se busca hacer negocio.

Si el Vol. 2 se sostiene, no con la solvencia del Vol. 1, es gracias a la habilidad de Gunn para preservar un humor que tal vez ya no le alcance para el inminente Vol. 3.

En No soy tu negro (2016), octavo largometraje cinematográfico pero cuarto documental del brillante haitiano Raoul Peck, decano de la escuela de cine francesa La Fémis, que basándose en los escritos de James Baldwin (1924-1987), quien, junto con Ralph Ellison y Richard N. Wright, conforma la trilogía de autores afroamericanos clave en las letras estadounidenses del siglo XX, da cuenta de cómo evoluciona el racismo en un país en permanente convulsión sobre el tema.

Con hábil montaje de Alexandra Strauss, y la notable narración de Samuel L. Jackson, Peck recurre a materiales de archivo que explican los mecanismos ideológicos del racismo.

Aunque murió hace tres decenios, el crédito de Baldwin como guionista no es gratuito: Peck recupera su voz, imagen, palabras y testimonios; hace una biografía intelectual de Baldwin a la vez que un intenso filme-ensayo, ni esquemático ni maniqueo, sobre la ardua lucha por los derechos civiles en EU. Verdadero prodigio de principio a fin, este magistral documental es una lección de cine. Una bofetada para la Era Trump.

Y el título de terror semanal es No toques dos veces (2016), tercera cinta para cine de Caradog James, quien pierde la interesante historia entre la madre Jess (Katee Sackhoff) y su hija Chloe (Lucy Boynton) en el marasmo de una leyenda urbana de brujería, la que, pero por supuesto, es un recuento de lugares comunes genéricos que maneja con cierta gracia, sustos de rigor incluidos.

La historia madre-hija, llena de heridas emocionales, era lo esencial. Tristemente se desperdicia. De brillante inicio, acaba como película de segunda.

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