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Hace años, Power Rangers: la película (1995, Brian Spicer) demostró que, tomando los lugares más comunes de la fantasía de caricatura, no se requería de mucho para, tratando de convertirlos en entretenimiento medianamente aceptable, hacer el ridículo.

Dados los cientos de episodios televisivos de todo tipo que tuvieron estos peculiares personajes de juguete que salvaban al mundo, era cuestión de tiempo que fueran reciclados.

En Power Rangers (2017), segundo largometraje cinematográfico del sudafricano con afición a la ciencia ficción Neal Israelite, con guión del irregular destajista John Gatins, en su mejor trabajo hasta la fecha, basándose en un argumento de Matt Sazama, Burk Sharpless y Michele & Kieran Mulroney, cuenta de nuevo cómo cinco adolescentes por accidente descubren una nave espacial, donde aprenden de Zordon (Bryan Cranston) cómo usar sus recién adquiridos súper poderes para enfrentar la inminente amenaza de Rita Repulsa (Elizabeth Banks). Estos personajes —que siempre ayudan al debut, y despedida, de incontables adolescentes actores—, creados por el productor egipcio Haim Saban, tienen como característica sufrir una “mórfosis”, una supuesta transformación medio fuera de lo convencional que los vuelve poderosos seres de vistosos y coloridos trajes: rojo, rosa, amarillo, azul y negro. O sea, es ésta una caricatura de colores primarios y con seres de carne y hueso para adolescentes y adultos.

La convencional aventura, vista con mayor madurez que en versiones previas de esta saga con demasiados títulos para tv, aunque su tercero para cine, Israelite la aligera gracias a variados comentarios humorísticos que hacen pasable el definitivamente absurdo argumento. En efecto, la levedad que le imprime el director supera lo pueril y permite que las exageraciones tamaño monstruo funcionen como en añeja película de matinée. Power Rangers es un entretenimiento simple de colores deslumbrantes. Nada más.

EN el canon de la ciencia ficción está viajar por el espacio buscando vida extraterrestre. Experiencia que siempre sale mal. Sucede en Live: vida inteligente (2017), sexto largometraje del sueco de ascendencia chilena Daniel Espinosa —con guión de Rhett Reese & Paul Wernick, tándem célebre por sus satíricos trabajos para Tierra de zombies y Deadpool—, cinta de suspenso que cuenta cómo unos astronautas en la Estación Espacial Internacional estudian una célula encontrada en una sonda proveniente de Marte. Significa que hay vida fuera de la Tierra. Y aquí cerca, Marte nomás. Entre la tripulación están David (Jake Gyllenhaal), Roy (Ryan Reynolds) y Miranda (Rebecca Ferguson).

La tripulación por supuesto se encuentra ante una disyuntiva. ¿Conviene llevar ese descubrimiento a la Tierra? Desafortunadamente el conflicto es demasiado próximo a Alien, el octavo pasajero (1979, Ridley Scott) y secuelas. La novedad es que presenta una célula abstracta inspirada en La cosa del otro mundo (John Carpenter, 1982). También que es una variante de ese olvidado ejemplo de terror extraterrestre que fue Supernova (2000, Walter Hill). Mantiene el interés por el espectacular pero mesurado oficio de Espinosa, que prefiere crear una atmósfera antes que desarrollar una intriga. Aquí los actores colectivamente hacen un retrato del miedo irracional. Aunque al guión le faltó un poco del sentido del humor del que han hecho gala sus autores, se deja ver como ejercicio de estilo para astronautas en una asfixiante tumba donde, como se promocionaba el Alien original, “nadie puede escuchar sus gritos”.

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