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qhacer@eluniversal.com.mx
En un breve lapso, el llamado universo Marvel, empresa dominante en el medio audiovisual, después de varios tropiezos durante los 1970-1980, comenzó a crear películas que cimentan sus mitologías más consistentes.
Al expandir su influencia, de súbito inició una impresionante multiplicación, insólita por inmediata, de historias recicladas junto con secuelas.
Actualmente es perceptible una fatiga: argumentos que funcionan como toboganes, con aciertos y desaciertos, pasando de altas expectativas en el planteamiento a entretenimientos simplones que abusan del estilo acción, trancazos y tontería (véanse Iron Man 3, El sorprendente hombre araña 2 y Hulk, el hombre increíble).
Su serie estelar la protagonizan los X-Men con ocho títulos desde el año 2000. El noveno, Logan-Wolverine (2017) es la sorprendente e inspirada cinta 10 de James Mangold; su segunda al hilo para Marvel tras Wolverine: inmortal (2013).
Ambientada en un México acaso no tan lejano, la historia cuenta la vida de un decadente Logan, o Wolverine (Hugh Jackman, haciendo para este papel su última reverencia en el escenario), chambeando de chofer, junto a un agonizante profesor Xavier (Patrick Stewart reflexivamente shakespeareano en plan de dar cátedra también en su última aparición en esta saga).
Ambos cuidan a la chiquita Laura (Dafne Keen, escalofriantemente brillante en su mezcla de El niño salvaje de Truffaut y esa oscura presencia de matinée 1965 Mara la salvaje).
El guión de Mangold, junto con Scott Frank y Michael Green, narra en detalle el ocaso vital de estos héroes, aludiendo a su mortalidad.
Todo un logro en momentos donde los héroes de cómic se han vuelto exagerada y ridículamente invencibles, tengan o no súper poderes.
Mangold retrata la fragilidad de estos ahora solitarios y crepusculares X-Men cuidando a Laura de los malosos de rigor.
Tema que tiene una áspera poesía visual (fotografía también inspirada del inglés John Mathieson), cuyo equivalente sonoro sería Johnny Cash interpretando a Trent Reznor: la pieza Hurt, Dolor, Herida.
Porque eso son Logan y Xavier: una herida, un dolor vivos.
Es un logro mayúsculo que Mangold entregue un filme artístico y entretenido, con una reflexión crítica, incluso auto irónica, sobre los cómics en el mundo contemporáneo.
Mangold con su visión de los superhéroes vueltos criaturas enfermas, alcoholizadas, con problemas económicos, que reniegan de su leyenda, replantea una mitología y sus idealismos desde lo cotidiano, lo real.
Logan se disfruta de principio a fin porque huye del prematuramente desgastado canon Marvel. Toda una sorpresa.
Por su parte, el tema del largometraje 11 para cine de John Madden, Sola contra el poder (2016), escrito por el debutante Jonathan Pereira, consiste en explicar qué significa cabildear en la política de las altas esferas; qué implica internarse en las aguas profundas del poder tras bambalinas en Washington, D. C.
Para ello, la protagonista Elizabeth Sloane (Jessica Chastain, infalible en su inspirada actuación), encarna una ambigüedad entre la turbiedad política, la manipulación mediática, la ausencia de escrúpulos y la secreta intimidad que es usada para cuestionarla: ¿es inmoral o amoral?
Madden concentra la tensión dramática de todo el filme en su estrella, quien trabaja en profundidad al personaje, incluso sus rasgos oscuros, abordándolos en toda su intrincada humanidad para mantener viva la duda de si es, o no, moralmente reprobable cabildear el control de armas.
Una novedosa propuesta que un poco se desinfla en el último tercio.