Cuando en 1991 se estrenó La Bella y la Bestia en su versión animada de Disney, no sólo el estudio de Mickey Mouse estaba colocando su bandera en la montaña más alta, como el estudio con más experiencia del género, sino que en la cinta dirigida por Gary Trousdale y Kirk Wise, estaban consiguiéndose la innovación y experimentación que el mismo Walt siempre empujó en sus clásicos como Pinocho y La Cenicienta.

Con el estreno de la versión con actores, ahora el realizador Bill Condon y equipo de diseñadores, actores, vestuaristas, animadores digitales, maquillistas y escenógrafos, debían probar que pueden construir al mismo universo de La Bella y la Bestia que a los animadores de hace 25 años les tomó al enfrentar la página en blanco.

La cinta animada obtuvo el logro de ser la primera producción surgida de un restirador en ser nominada a Mejor Película, celebrándose su magia en dibujos y aquella secuencia del baile en el castillo, donde la animación digital acudió al auxilio para crear un ambiente tridimensional. La música y canciones de Alan Menken y Howard Ashman, fueron las que se llevaron finalmente el oro de la Academia, volviéndose el soundtrack un clásico también.

Ahora con La Bella y la Bestia (2017), la pregunta que está en la mesa es: ¿qué tanto ameritaba una versión con actores?, ¿qué justificaba sacar del baúl de los recuerdos a esa rosa que dio tanta fama y honor a Disney, en pos de tener actores danzando en pantalla en escenarios fastuosos?

Bueno, la respuesta a nivel plan de mercadotecnia es que Disney sabe que estos personajes son parte de la familia de muchos cinéfilos y apuntar al factor nostalgia es algo muy poderoso. Al momento El Libro de la Selva, La Cenicienta y La Bella Durmiente, sin olvidarnos de La noche de las narices frías, han sido ya llevados sus dibujos a la acción viva.

Pero para Condon y su equipo, sus razones deben trascender cualquier táctica corporativa y lo que debemos evaluar es si su Bella y Bestia ameritan una danza más con nosotros. La actriz Emma Watson fue convocada como protagonista y volvió de inicio todo interesante.

La producción del 2017  es un homenaje en sí a la cinta de los noventa; pero también los realizadores voltearon al origen del cuento francés, logrando que el acento, arquitectura y ambiente incluso parisino se cuele por la puerta y ventanas del filme con actores.

Nunca antes el castillo de la Bestia se manifestó tan mágico y misterioso a la vez. Asunto que nos recuerda a la versión en blanco y negro de Jean Cocteau de 1946, hermosa y poética en cada rincón.

Condon, con tradición de haberse encargado de la adaptación del musical Chicago y haber dirigido Dreamgirls, abraza con acierto el tono de filme, en muchas partes operístico, sobrecargado y exagerado en colores y manierismos de los actores, sabiendo que si el título del filme tiene la palabra Bestia, todo debe ser grandilocuente.

Y también está la Bella, donde Watson es una joya en si para Disney, al poder representar lo mismo a la jovencita provincial ingenua y soñadora, que a la mujer moderna que sabe que su misión es empoderar a otras mujeres, a través de la cultura, el arte y el ingenio. Tema también representado por el padre de la protagonista, Maurice, con un genial Kevin Kline vistiéndolo.

En cuanto adentrarse más al drama del cuento, la película de Condon consigue darnos más el sentido de tragedia en el seno familiar de Bella, que la vuelve más deseosa de encontrar un lugar en el mundo. Ella y su padre son sobrevivientes de un mundo derrumbándose que también merecen ser acogidos por gente que piense y ame como ellos.

La Bestia también tiene su historia más desarrollada y el público encontrará que también la familia puede abrir caminos espinosos que luego son complicados de talar para regresar a casa.

Nuevas canciones fueron compuestas por Menken y Tim Rice (‘El rey león’) para adentrarnos al sentir y conflicto de la Bestia, interpretado por Dan Stevens en la pantalla. Él vestido de animación digital, consigue a un personaje más juvenil del que puede enamorarse Bella y además tiene el beneficio de un guión que le permite también ser poeta y algo intelectual, compartiendo gustos con su hermosa huésped y haciendo la historia de amor más creíble.

Al mismo tiempo, La Bella y la Bestia vuelve más contemporáneo el cuento recopilado por Jeanne-Marie Leprince de Beamont en el siglo XVIII,  con un sentido de comunidad más fuerte. La tragedia que los sirvientes del castillo puedan quedar encantados por siempre y convertidos en objeto, o que los habitantes del pueblo Villenueve jamás conozcan que hay magia en sus confines –además de una impresionante biblioteca- nos revela el cómo los pecados y errores de una sola persona pueden afectar al resto.

Así que este príncipe convertido en Bestia, debe aprender mucho y con él una nueva generación obsesionada con la imagen y las redes sociales. Los Gastones del mundo son cada vez más, pero no porque antes no existieran antes, sino porque al hedonismo se le abren más las puertas. Sólo alguien que pasó por ser “juzgado por su portada” puede hablarnos al siglo XXI y decirnos que eso es efímero, pasa pronto y no trasciende. Lo triste sería no entrar y perderse de ese festín que es la experiencia humana.

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