El día que fue rechazado como estudiante del Centro de Capacitación Cinematográfica, Rodrigo Prieto se enojó. Había llegado hasta la tercera y definitiva etapa, pero no le alcanzó.
“Me parecía injusto, decía cómo puede ser que no me acepten, estaba muy dolido”, recuerda en entrevista con EL UNIVERSAL.

Era mediados de los años 80 y para entonces, tras tener una infancia donde con cámara ocho milímetros filmaba sus propias historias, usando muñecos de plastilina, Rodrigo estaba convencido de querer hacer cine.

Para entonces, quien este domingo intentará llevarse a casa el Oscar como Mejor Fotografía por Silence, ya trabajaba foto fija con David Marcoba y pensó que por ahí podía ser el camino.

Un año después, terco, volvió a aplicar al CCC y entonces, se quedó.

“Ahora sé que eso pasaba mucho (ser rechazado), a compañeros de mi generación les pasó  y aprendí que esto (el cine) es de resistencia”, subraya el cineasta de 51 años.

Ya en las aulas destacaba el look visual de su fotografía.

El realizador Jorge Ramírez Suárez (Gu ten tag Ramon) recuerda en el libro de aniversario del CCC 1975-2000, que Rodrigo era el único que no sobreexponía la imagen y, a veces, había discusión entre ellos para ver si le pedían su exposímetro, pues el de la escuela no servía.

Como realizador.  Como todo estudiante, Prieto tuvo que ponerse tras la cámara no para fotografiar, sino con el objetivo de dirigir.

Ramírez Suárez narra en el mismo documento que el ejercicio de primer año del ahora nominado fue sólido.

“Un ladrón entra a robar a casa en la madrugada; sus ruidos despiertan al niño que, muerto de miedo, se levanta de la cama para ir a la recámara de sus papás, sin saber que el papá, también muerto de miedo, pero armado, dispararía contra la puerta al creer que lo hacía contra el ladrón”, se lee en el texto.

Al final, como cinefotógrafo ha ganado reconocimientos y trabajado al lado de Ang Lee (Secreto en la montaña), que le valió su primer candidatura al Oscar en 2006; Oliver Stone (Alexander), Pedro Almodóvar (Los abrazos rotos) y Martin Scorsese (El lobo de Wall Street), pero no quita el dedo de dirigir algún  día, ensayando con el corto Likeness con Elle Fanning.
“Yo estoy escribiendo algo y por ahí hay otra oferta, pero en esto nunca se sabe, así es el cine”, apunta el entrevistado.

Atado a un auto.  Poca gente lo sabe, pero en la multigalardonada Amores perros (2000), Rodrigo mismo pidió ser atado al cofre de un auto para poder tomar de la mejor manera los rostros de los actores. En ese filme prácticamente usó cámara al hombro y el peso fue menguando la salud de su espalda, que continuamente le dolía.

“Tuve una época con problemas serios de la espalda, no sólo por la cámara en mano, sino por el estrés, pero hace 10 años con mi quiropráctico aprendí que tomar mucha agua ayuda para la musculatura y los problemas los quitó por completo”, dice mientras no deja de beber una pequeña botella de agua.

El día de la plática, el único dolor que ocasionalmente tenía era proveniente de un  hombro, lesión adquirida durante el rodaje de Silence.

La cinta aborda la aventura de dos religiosos cristianos, perseguidos en el Japón del siglo XVII.

“Era una película muy demandante a nivel físico, estábamos  en montañas y lugares escabrosos, hubo varios lastimados,  yo mismo me resbalé y me pegué en el hombro bastante fuerte, y todavía me duele;  también hubo otra locación donde hay un río en el que se filmó una escena y tuvimos que raspar la piedra para poder trabajar, porque sí era resbaloso”.

Contra lo que sí ha debido poner cuidado es con la atención mediática expuesta desde el día de su nominación.

Ese mismo 24 de enero recibió decenas correos electrónicos y mensajes vía celular felicitándolo y otros tantos, solicitándole entrevista. Ha pasado prácticamente un mes de entrevistas y viajes de trabajo entre Taiwán, LA, Chile y México.

“Ha sido alucinante, todos los mensajes han sido positivos, pero al mismo estresante porque no se pueden contestar todos por tiempo y no quiero parecer grosero si no respondo.

“Como dicen, se puede convertir en algo adictivo y esto de los premios puede ser un arma de dos filos, te puede llevar a comprometer tu integridad artística, en el sentido de que muchas veces lo que premian es lo más espectacular, lo más visible, que no es necesariamente lo que requiere el proyecto; si te dejas llevar por eso, entonces puede ser peligroso por dejarte llevar por esas cosas del ego”, considera.

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