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qhacer@eluniversal.com.mx
En la historia estadounidense, por lo general injusta respecto al papel jugado por la comunidad afroamericana, el cine insiste en recuperar presencias interesantes y desconocidas. A veces metiendo la pata como en la sobrevalorada en el festival de Sundance El nacimiento de una nación (2016, Nate Parker), de súbito dejada de lado: internacionalmente su distribuidor la envió a video. Este fracaso se compensa con cintas más sencillas y profundas, como Luz de luna y ahora Talentos ocultos (2016), apenas segundo largometraje para cine de Theodore Melfi.
El guión de Melfi, en colaboración con Allison Schroeder, se basa en el libro de Margot Lee Shetterly, Figuras ocultas: el sueño americano y la historia no dicha de las mujeres negras matemáticas que ayudaron a ganar la carrera espacial; cuenta la vida de Katherine G. Johnson (Taraji P. Henson), Dorothy Vaughan (Octavia Spencer) y Mary Jackson (Janelle Monáe), quienes a principios de 1960 trabajaron para la NASA en un área segregada, un centro de “cómputo” peculiar: las matemáticas las hacían a mano junto con otras mujeres.
Melfi maneja con sabiduría la ambigüedad del título original (no sólo son talentos sino ecuaciones las ocultas), mostrando cómo fueron usadas las mujeres para ganar a los soviéticos la carrera espacial. A su vez, narra cómo ellas subvirtieron, con la inteligencia como valor fundamental, el código de una sociedad racista. Su heroísmo está en la resistencia intelectual que encabezaron, tirando barreras de raza y género, por ejemplo, al sensibilizar a su superior Al Harrison (Kevin Costner). Y confirma que gracias a ellas fue exitosa la misión del empático y decente astronauta John Glenn (Glen Powell).
Esta historia, cálidamente contada (virtuosa fotografía de la australiana Mandy Walker), tiene un elegante equilibrio entre lo histórico y la emoción. Un episodio inédito que Melfi vuelve inteligente y conmovedora película.
En su momento Hong Kong, cuando era protectorado inglés, exportó las artes marciales y la fantasía chinas como novedosa cultura pop. China retoma ahora esto buscando ampliar su influencia mundial, en alianza (tal vez efímera dado el panorama político xenófobo actual) con Hollywood.
La gran muralla (2016), obra 22 para cine del maestro Zhang Yimou, y su segunda súper producción internacional tras la fallida The flowers of war (2011), pero primera de 150 millones de dólares, es una versión fantástica, fuera del tiempo, la lógica y la realidad acerca de por qué se construyó la muralla china: evitar los ataques de los Taotie, rabiosos depredadores caníbales. Como se advierte que es una leyenda, pues las explicaciones sobran.
Por eso inopinadamente aparecen dos aventureros, W. Garin (Matt Damon, artificial en el papel) y P. Tovar (Pedro Pascal, más verosímil como pícaro europeo), en la lucha que encabeza la comandante Lin (Jing Tian inexpresiva), quien ascéticamente encarna los valores chinos de heroísmo & altruismo. Yimou renuncia a sus sutilezas tradicionales: prefiere un espectáculo literalmente monstruoso.
El convencional guión de Max Brooks (el de Guerra Mundial Z), Edward Zwick, Marshall Herkovitz, Carlo Bernard, Doug Miro & Tony Gilroy, parece un mal cóctel entre las tradiciones del Wuxia (género literario y fílmico de caballeros artemarcialistas que en cine perfeccionaron King Hu y Chang Cheh), y los desechos de Robin Hood: el príncipe de los ladrones (1991, Kevin Reynolds).
O sea, está más cerca del churro que de ser un destacado filme como a los que nos acostumbró su ahora mercenario director.