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Tres películas sobre vidas al borde de desgarramientos emocionales y existenciales; incluso de la locura: Manchester junto al mar (2016), apenas tercer título como autor absoluto del guionista-director Kenneth Lonergan, después de Puedes contar conmigo (2000), por el que obtuvo una nominación al Oscar como mejor guión original; de Margaret (2011), película de pesadilla editada después de años por demandas, falta de presupuesto y muerte de dos productores; y de sobrevivir al horripilante guión que pergeñara para el bodrio Las aventuras de Rocky y Bullwinkle (2000, Des McAnuff).
Manchester junto al mar es el retrato de una familia al borde. Lee (Casey Affleck, espléndido) es el tutor de su sobrino Patrick (Lucas Hedges, también espléndido). Pero Lee tiene algo que afecta su relación con Patrick y con su ex esposa Randi (Michelle Williams). Lonergan hace una cinta sin estereotipos, concentrada en desvelar el alma de sus personajes. Para ello narra visualmente con mesurados planos que captan el paisaje como algo vital (foto sin artificios de Jody Lee Lipes), desgarrador: cada atmósfera es ominoso reflejo de dolores emocionales. Con ritmo extremadamente cauto (montaje de Jennifer Lame), en el momento justo lo esencial aparece sin tremendismo. Una cinta de heridas en carne viva. La contención de Lonergan, su depurada estilización y la eficacia del reparto dejan este filme en el umbral de obra maestra.
Un camino a casa (2016), llamativo debut en el largometraje de Garth Davis, cuenta la odisea real vivida por Saroo Brierley (Dev Patel), basado en su autobiografía, El largo camino a casa. El guión de Luke Davies concentra cada momento del periplo existencial al borde de ese “león” (de acuerdo al título original), quien incansable busca recuperar su perdida familia biológica. El tema, de diversa intensidad emocional, tiene dos vertientes: la dolorosa infancia en India y la edad madura en crisis de Saroo que lo aleja de su familia adoptiva en Australia, Sue y John (Nicole Kidman & David Wenham). Pero lo que pudo ser un melodramón, la tersa habilidad de Davis y la inspirada foto de Greig Frasier, lo vuelven un filme que rompe esquemas confirmando que, en efecto, el corazón sabe más que la razón. Excepcional.
Fragmentado (2016), obra 12 en la cada vez más desesperantemente irregular carrera de M. Night Shyamalan (tras sus bodrios El último maestro del aire y Después de la tierra; y su ligero churrito Los huéspedes), escrita por él mismo, revela un gusto exquisito para presentar cómo la doctora Fletcher (Betty Buckley) trata a Kevin /Dennis/ Hedwig/ Barry… (James McAvoy, brillante incluso cuando sobreactúa al borde 23 personalidades distintas), y su trastorno de identidad disociativo (TID), intuyendo que evoluciona. Porque Kevin (& Co.) secuestra tres chicas: Claire (Haley Lu Richardson), Marcia (Jessica Sula) y en especial Casey (Anya Taylor-Joy, de penetrante mirada en auténtico pánico controlado como si aún fuera La bruja encarnada en Morgan temiendo la revancha del siglo). Shyamalan, como en cualquier título serie B de horror, lleva la historia hacia una catarsis, que oscila entre los lugares comunes sobre la sicopatía violenta (lo que no es el TID) y un reciclamiento del telefilme Sybil (1976, Daniel Petrie) y del clásico Tres caras tiene Eva (1957, Nunnally Johnson).
Con la “novedad” de que, al igual que en cuando menos siete de sus títulos previos, replantea la cinta al mero final. Shyamalan, pues, repite sin gracia su truco más manoseado. Qué pena.