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Pasión por las letras (2016), debut en la dirección de Michael Grandaje, actor británico semirretirado con un crédito en cine hace 22 años (La locura del rey Jorge), adapta —vía el guionista John Logan—, la biografía de A. Scott Berg, Max Perkins: editor of Genius. Trata, pues, la difícil amistad entre el editor Perkins (Colin Firth) y el neurótico novelista genial Thomas Wolfe (Jude Law).

Pieza para cuidadas actuaciones, le da vida al mesurado Perkins y al impredecible Wolfe, quien con F. Scott Fitzgerald (Guy Pearce) y Ernest Hemingway (Dominic West), completa la santísima trinidad de escritores descubiertos por el editor. También es un retrato de época a cuatro voces: Perkins (1884-1947), Wolfe (1900-1938), Aline Bernstein (Nicole Kidman) —amante de Wolfe durante la creación de su obra maestra El ángel que nos mira (1929)—, y Louise Sanders (Laura Linney), esposa de Perkins y madre de sus cinco hijas.

Grandaje narra convencionalmente detallando casi con sentido entomológico la relación entre los protagonistas. Retrata el ambiente de esos años, antes de la crisis del 29, y poco después, cuando Wolfe publicó su segunda obra maestra, Del tiempo y el río (1935), para caer en la nostalgia por ese lapso considerado entre los más creativos en las letras estadounidenses. Reiterando lugares comunes sobre una era ya vista en filmes previos, se queda a medio camino entre Los modernos (1988, Alan Rudolph) y Medianoche en París (2011, Woody Allen), sin el glamour que proveería semejante historia ambientada en el idealizado París de los expatriados.

Entre la crónica entrañable sobre qué es la creación literaria, la tragedia americana sin segundo acto que anunció Fitzgerald, y los clichés de una biografía hipercorrecta y melodramática.

Un poco alejada de lo genial que tanto admira.

Sangre de mi sangre (2016), octavo largometraje, pero segundo made in USA, del francés Jean-François Richet, coescrito por Peter Craig basándose en su novela, es un violento thriller sobre las decisiones que toma Link (Mel Gibson intentando recuperar su estatus de action hero) para enfrentar una banda de deplorables, en la que tiene un papel clave Jonah (Diego Luna), y salvar a su hija Lydia (Erin Moriarty con look de tierna Selena Gomez punk).

La violencia que maneja Richet se aleja del realismo brutal de su bio epic policial Mesrine, instinto asesino (2008) y Mesrine 2, enemigo público número 1 (2008). Ahora elige el característico estilo serie B, de súbito resurrecto acorde a la tendencia contemporánea —con cierto nivel de “sanitización”, para decirlo con un barbarismo—, que se apoya sólo en la espectacularidad del timing del actor al que estos roles hicieron astro. No tan alejada, sin embargo, del Grand Guignol a la francesa.

Viral (2016), cuarto filme para cine del tándem formado por
Henry Joost & Ariel Schulman, egresados de la escuela Actividad paranormal, es otra incursión, una más, en el apocalipsis que nos merecemos.

Ahora se trata de una gripe que infecta en segundos, afectando la vida de Emma (Sophia Black D’Elia) y Stacy (Analeigh Tipton), que los juguetones directores presentan en todo su horror y abundando en los lugares comunes del género.

Sólo que la crisis familiar asume una óptica medio jalada de los pelos: una cotidianidad absurda a la que los personajes se aferran a pesar de la emergencia.

Si se sostiene es por la sobreestilización impúdica que se regodea en todos los clichés habidos y por haber. Nada alejada de la tendencia actual de copiar zombis que ayer fueron originales.

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