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Inferno (2016), largometraje 24 de ficción del ya veterano de mil batallas Ron Howard (como productor, actor, escritor y director), es después de El código Da Vinci (2006, Howard) y Ángeles y demonios (2009, Howard), la tercera superproducción espectacular basada en la literatura del autor de estos libros, Dan Brown, de venta masiva que protagoniza su personaje Robert Langdon (Tom Hanks), catedrático especialista en simbología. En esta ocasión, de nuevo en Italia, Langdon, con ayuda de la doctora Sienna Brooks (Felicity Jones), debe recuperar la memoria, perdida tras un aparente atentado, e interpretar contra reloj una serie de claves que desperdigará el ingeniero genético Bertrand Zobrist (Ben Foster) relacionadas con Dante y su Divina comedia, la inmortal obra literaria considerada en esta película profecía sobre el fin del mundo. La que asimismo también tiene un particular protagonismo para que Langdon evite un probable apocalipsis es la famosa pintura El mapa del infierno de Sandro Botticelli.
La clave de la cinta está en el manejo de ese aparente holocausto. El guionista David Koepp inicia dramáticamente la historia a toda velocidad, y fluye casi sin detenerse hacia un punto que se antoja previsible. Jugando siempre con esto, la película dosifica, oculta o hace explícita la información e incrementa con ello el suspenso, dejando creer que las acciones que se están viendo concluirán con la muerte de la tercera parte de la humanidad. Pero no. Lo visto es simple apariencia. Debido a que el filme toma una serie de vueltas de tuerca presentes en la novela, eso que parecía previsible de súbito cambia, tomando otro rumbo o revelando una faceta inesperada. El argumento se transforma cada cierto tiempo, obligando a Langdon a tomar, junto con el espectador, una ruta diversa.
Howard resuelve para la pantalla, en dos horas justas, lo que la novela establece como enigma para todo un día. Recurre para ello al elegante estilo del director de fotografía Salvatore Totino que subraya la grandeza de Florencia, Venecia y Turquía; de Dante, de Botticelli y de una historia lo suficientemente ingeniosa desde el primer minuto que presenta sintéticamente el apocalipsis imaginado por Zobrist. El juego novelístico de las pistas por descubrir se vuelve una vertiginosa historia fílmica donde los personajes sin descanso sortean varios obstáculos, empezando por saber si entre ellos pueden confiar y si esos que están persiguiéndolos lo hacen para matarlos o para salvarlos.
La parte difícil de esta película son las ideas sobre el trans-humanismo, variante de la eugenesia, filosofía que propone crear genéticamente mejores seres humanos y que también se nutre del maltusianismo (teoría económica de Thomas Malthus que dice que el crecimiento humano es geométrico y el de los recursos naturales para la sobrevivencia, aritmético), asegurando que una catástrofe, de preferencia inducida, como una guerra mundial, compensaría el desequilibrio humanidad/recursos al disminuir drásticamente la población. En la cinta por eso se crea un virus. Howard evita abundar en el punto, medio fascista por insinuar qué implica elegir a los más aptos para sobrevivir.
Eso sí, el concepto de dilatar el tiempo que propone Brown en la novela, lo habría comprendido el único director que pudo hacer con este argumento una obra maestra. Ese director respondía al nombre de Alfred Hitchcock. Sin embargo, el oficio de Howard da para una cinta de entretenimiento puro con final impredecible.