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Ben-Hur (2016), decimoprimer filme, aunque apenas cuarto en inglés, del desmesurado, delirante y siempre artificial especialista en churros de alto presupuesto kazajo Timur Bekmambetov (Abraham Lincoln: cazador de vampiros), es la versión cinematográfica cuatro de la célebre novela homónima de Lew Wallace, publicada en 1880.

Considerada magistral la versión 1959, dirigida por William Wyler, tanto que es uno de los cinco largometrajes canónicos de Hollywood puesto que superó a la a su vez celebrada versión 1925 de Fred Niblo, entre las cumbres del Hollywood silente protagonizada por el mexicano expatriado Ramón Novarro, parecía imposible hacerle un reboot. Pero Bekmambetov, director de audacia no siempre lúcida, propuso la versión dizque “para millennials” —cualquier cosa que esto signifique—. Aunque condensa la novela con cierta habilidad no es vital como la sin duda insuperable versión de Wyler, ganadora de 11 Oscar.

La concisión ni siquiera se acerca a la primera versión 1907, modestísimo cortometraje dirigido por Harry T. Morley, Sideny Olcott & Frank Rose para la pionera empresa Kalem, que en 15 minutos daba cuenta de la anécdota principal: Ben-Hur era condenado a ser esclavo bajo sospechas infundadas de agredir al procurador romano presentadas por su hermano adoptivo Messala.

Reivindicado en cuanto es convertido en ciudadano romano, enfrenta en la siempre icónica batalla de cuadrigas a Messala.

Por supuesto el clímax era la mortal carrera. La novela de Wallace inspiró a Niblo una versión monumental de 143 minutos para que los personajes desplegaran el contexto sentimental, político y religioso.

Precisamente lo que el filme de Wyler profundizó con enorme destreza y solvencia, pasando de lo íntimo a lo épico y de lo espectacular a lo desgarradoramente emocional, para una cinta de 212 minutos de entretenimiento puro con complejísima acción.

La versión de Bekmambetov, de 141 minutos, es más parecida a la de Niblo. Sólo que abunda en un esquemático enfrentamiento a estas alturas demasiado convencional entre el Bueno Ben-Hur (Jack Huston) y el Malo Messala (Toby Kebbell). La historia, por supuesto, desemboca en la batalla de cuadrigas. Pero lo que en las películas previas fue exclusiva intensa acción física, aquí es una mezcla de controlada acción física sin riesgo con los ya sobados efectos de rigor generados por computadora que a nadie emocionan.

Asimismo, la esencia dramática queda en simple acto de injusticia y en una vendetta que reitera anacrónicos lugares comunes; renuncia a reinterpretar la novela buscando la originalidad que supuestamente desea el público actual. A diferencia de Niblo & Wyler, a Bekmambetov le falta sutileza. Su estilo es sólo vértigo de cámara con grandes angulares, a cargo del veterano fotógrafo inglés especialista en filmes de acción Oliver Wood, para la era 3D. Le extirpa, pues, su alma al relato; mezcla acciones a 100 kilómetros por hora con escenas adicionales pretendidamente dramáticas e interesantes sobre el crecimiento espiritual del protagonista. Pero el ritmo carece de los necesarios tempi para un filme similar; es machaconamente monocromático: Bekmambetov hizo una suerte de Rápido y furioso versión para cuadrigas. Mezcló sin inspiración pero con nostalgia estilos del viejo Hollywood.

Logró así una cinta con estética mash up. O sea, un puré visual que combina algo de aquí y de allá de las versiones pasadas con la adictiva velocidad de sus Guardianes del día y de Se busca. Le habría resultado mejor que sus protagonistas fueran Dwayne La Roca Johnson y Vin Diesel.

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