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Cazafantasmas (2016), séptima película para cine del improvisado e irregular actor ahora especialista en dirigir comedias femeninas Paul Feig (Damas en guerra, Chicas armadas y peligrosas, Spy: una espía despistada), es el reboot de Los Cazafantasmas (1984, Ivan Retiman), la comedia posmoderna que hasta cierto punto redefinió el género de fantasmas chocarreros (más suspenso) y que tuviera una deplorable segunda parte (1989, Reitman).
Aparentemente esta nueva versión generó desprecio porque su originalidad fue cambiar el reparto masculino por uno femenino. Este cambio que parece sustancial es intrascendente. El problema no es el reparto (Kristen Wiig, Melissa McCarthy, Leslie Jones y la revelación Kate McKinnon). El problema es que en esencia es la misma historia sin mayores matices y sin la ironía del original. El filme es convencional en extremo en su suma de gags bastante disparejos y de medio pesada mano que es la marca de Feig; revela tanto las fallas de la (ahora sobrevalorada) primera versión como de la actual. La mala noticia no es esa falacia de cambiar de sexo a los protagonistas; es el guión del propio Feig y de su colaboradora Katie Dippold: parece el borrador de la versión de los 80.
El buen amigo gigante (2016), apenas séptimo guión para cine —y testamento— de la especialista en temáticas infantiles Melissa Mathison, basado en el libro homónimo de Roald Dahl, y entregado a su director favorito Steven Spielberg para su filme 31, cerrando así el círculo de sus colaboraciones, se trata de una fantasía bastante bien adaptada que Mathison vuelve una historia introspectiva sobre crecimiento emocional. La cinta profundiza en eso; la —sin duda— singular sabiduría de Spielberg interpreta el guión tanto para la sensibilidad de niños como de adultos y mantiene un equilibrio entre lo fantástico y lo real. Sin embargo, ya había demostrado Spielberg en Las aventuras de Tintín, el secreto del unicornio (2011), que a veces los efectos especiales, cuando son muchos, abruman y ocultan la esencia del relato tras el prodigio de un artificial hipervisualismo. Pero la cinta se sostiene justamente por su idea de entretenimiento. Y aunque renuncia a la ironía característica de Dahl, su novedad está en la vitalidad del director para dejar que la historia fluya literalmente hacia los ojos del espectador. Es éste una cinta de fantasía que funciona con gran equilibrio entre su materia original y la cinematográfica.
Taxi Teherán (2015), noveno largometraje del revolucionario provocador iraní Jafar Panahi, es la tercera respuesta (semi clandestina tras No es una película y Cae el telón) a las represivas autoridades islámicas de su país que le prohibieron, bajo falsos cargos de sedición política, continuar su carrera.
Este largometraje renuncia a cualquier artificio y se concentra en la esencia más pura de un relato hecho al interior de un taxi donde presenta una suma de viñetas que dan cuenta de la vida en la capital de Irán. Es el Taxi Driver (1976, Martin Scorsese) extremo e hiperrealista, conmovedor e intenso. Un filme sin concesiones sobre la resistencia ante la represión política. Sin duda entre los más singulares del año y uno que se celebra por su ausencia de (d)efectos especiales y de artificios. Se concentra en la sustancia de lo cinematográfico, llevada a su expresión más minimalista para un resultado contundente, lleno de humor, reflexivo, protagonizado por el propio director, que atestigua el paso de la vida al interior de un régimen demagógico y dogmático. Una películagigante por sus implicaciones éticas y estéticas.