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El mexicano Gabriel Ripstein ha claudicado al empuje de "la sangre, que es muy espesa", dice, y ha acabado rodando una película, "600 millas", donde aborda el tráfico de armas entre EE.UU y México, tras años de trabajo como productor ejecutivo, editor y guionista para grandes estudios como Sony o Altavista.
"Después de escribir guiones por encargo ya tenía claro qué era lo que quería y eso no pasaba por satisfacer a todo el mundo. Sin duda -confiesa el director-, esta es la película que yo quería hacer, he sido lo más honesto posible conmigo mismo y con el material que tenía en mis manos".
El debutante, ganador este año con "600 millas" del premio a la mejor ópera prima del Festival de Berlín, asegura en conversación telefónica desde México que esta honestidad es, precisamente, "la gran lección" aprendida de su padre, el laureado realizador mexicano Arturo Ripstein.
"Siempre he admirado de mi padre que siempre ha sido muy coherente consigo mismo y con el cine que ha hecho", asegura, y, al revés de lo que pueda parecer, nunca sintió la necesidad de distanciarse del peso de un padre tan ilustre, más bien al contrario.
Gabriel Ripstein (Ciudad de México, 1972) define su cine como "realismo dramático" y conviene en que para ser cineasta hace falta más que un padre famoso, "ser terco e insistente y tener un poco de suerte y otro poco de talento", aunque reconoce que "la sangre es espesa, y empuja", como le pasó a su padre, hijo también de otro gran cineasta mexicano, Alfredo Ripstein.
"Mi papá no se pudo salir de esa y yo, mira -se ríe-; a ver si mi hijo se libra".
Y junto la sangre heredada, la que ve a diario en su país.
"La realidad de donde yo vengo es hiperdramática y es imposible no estar permeado por ella", explica.
"600 millas" es una "road movie", pero también una "buddy movie" (película de compañeros) porque lo es "de personajes en una situación límite y lo que tienen que hacer para sobrevivir".
Aún así, Ripstein subraya que no pretende "simplificar un problema complejísmo como es el del tráfico de armas", ni busca "señalar responsabilidades o culpas".
"Es un tema con mil aristas, la relación de estos países vinculados por las armas que fluyen del norte al sur; el problema no son los gringos, donde todo el mundo puede comprar una pistola solo con mostrar el carné de conducir o lo es México con el apetito feroz del crimen organizado. Hay muchas variables", asegura.
Esas "600 millas" son la distancia que recorren en coche, a través del desierto de Arizona rumbo a México, Arnulfo (Christian Ferrer), el "último mono" de un cártel donde su tío es un mando intermedio, y Hank Harris (Tim Roth), un veterano agente federal que le sigue los pasos en el marco de la operación "Fast and Furious", pero que ha acabado siendo su presa por un descuido.
"Fast and Furious", explica Ripstein, "fue un operativo real, irregular y fallido" de la Agencia estadounidense de Alcohol, Tabaco, Armas de Fuego y Explosivos (ATF).
"Los personajes representan a sus países y a su idiosincrasia; trato de moverlos en esa zona gris donde se ve que no son buenos o malos, sino buenos y malos", añade.
Obsesionado por el toque realista, Ripstein no solo ha buscado al director de fotografía de los hermanos Dardenne, Alain Marcoen, al que localizó por Linkedin, sino que sus narcos "ni se acercan a los arquetipos".
Los suyos no son capos glamourosos cargados de joyas en mansiones millonarias, ni sus policías rudos y de pocas palabras, sino que son personas normales que deben lavar los platos si no quieren que se enfade su esposa.
Por ello, concluye, su interés era "retratar a los últimos eslabones de la cadena, los que se ensucian las manos".
Ripstein está deseando que la película llegue el próximo viernes a las salas españolas: "Es un privilegio enorme. Ojalá haya algunos que se confundan y vayan al cine aunque crean que van a ver una de mi papá", bromea el cineasta.
rqm