Cine

Dos miedos que son diferentes

La secuela de 'El Conjuro' busca conquistar por medio del terror respetando la misma fórmula

El Conjuro 2 tiene un tono semidocumental (ESPECIAL)
08/06/2016 |23:15
Redacción El Universal
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En el cine contemporáneo el género de terror es uno de los más lucrativos. También de los más complejos. Por un lado tiene una vertiente que pretende ser medio poética, tipo La bruja. En ésta no se busca provocar sustos sino una suerte de reflexión en torno a los mecanismos ocultos de la psique humana. Es tan pretenciosa la idea, que estos filmes fracasan como ejemplares del género. Son una derivación del mismo que la mayoría de las veces no funcionan. Existe, por otro lado, la vertiente neo clásica, más exitosa, que replantea al género y su base ideológica y estética desde una perspectiva que recuerda al primitivo cine de terror de los 1920/1930, con un estilo postexpresionista, tramas lineales, y poca pretensión para profundizar en la historia. Conserva nítidas atmósferas que funcionan como algo efectivo más no efectista.

En esta segunda han resultado exitosos los alumnos egresados de esa academia que fue Saw: juego macabro, empezando por el destacado australiano-malayo James Wan, y continuando con Darren Lynn Bousman, David Hackl, Kevin Greutert, John R. Leonetti, Will Cannon y el guionista ascendido a director Leigh Whannell.

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James Wan, en su noveno largometraje como director, El conjuro 2: el caso Enfield (2016), entrega otra aventura vivida por el matrimonio conformado por Ed Warren (Patrick Wilson) y Lorraine Warren (Vera Farmiga), expertos parapsicólogos, que viajan a Inglaterra para tratar de discernir qué sucede en el hogar de Peggy Hodgson (Frances O’Connor).

Al igual que en el filme anterior, la estructura dramática y la estética que propone Wan, principalmente con su fotógrafo Don Burguess y el compositor Joseph Bishara, es mantenerse fiel al sustrato de verdad que supuestamente hay en estos casos. Así que el tono semi-documental se construye minuciosamente como una atmósfera donde los hijos de Peggy, en especial Janet (Madison Wolfe), sufren el acoso de una entidad que la perspicaz Lorraine percibe como demoniaca.

En principio podría parecer un derivado de Poltergeist (1982), pero Wan logra atmósferas mucho más delirantes, a las que siempre subraya sonoramente, ya recurriendo a la música o al silencio. Su tono y ritmo crean la verosimilitud de que el relato realmente fue tomado de la vida real (no hay que olvidar que la verdadera Lorraine Warren, a sus 89 años de edad, aún funge como consultora de la historia), para confirmar la leyenda de ese matrimonio que dedicó su vida a cazar demonios y que fue el primero en intentar explicar el famoso misterio de Amytiville, acaso la casa embrujada más popular en el folclor de este género.

Wan, pues, confirma sus habilidades para jugar con el realismo de la historia. Asimismo, demuestra que el terror neo clásico mantiene buena salud con el equilibrio entre su atmósfera y la demencial inmersión en lo paranormal como la última frontera contemporánea. Frontera donde se enfrenta al miedo auténtico.

Más miedo produce, si cabe, la idea que satíricamente presenta Jaco van Dormael en su apenas quinto filme para cine: El nuevo nuevo testamento (2015), donde plantea la hipótesis de qué sucedería si, por alguna razón, como que Ea (Pili Groyne), la hija de Dios (Benoît Poelvoorde), se rebelara ante los horrores (in) explicables de la vida y mandara a todos los seres humanos su fecha de muerte. Notable reflexión filosófica más allá de esquematismos y dogmas religiosos que Van Dormael presenta con delirante imaginación ultra inventiva para demostrar que el miedo y la resignación son una y la misma cosa. Al final, en cuanto queda abolido el miedo, El nuevo nuevo testamento es optimista y, definitivamente, el filme más feminista de los últimos tiempos.