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¿En qué momento renunciaron a la sátira Las mutantes tortugas ninja adolescentes? Cuando sus creadores Kevin Eastman y Peter Laird las presentaron en versión cómic el 1 de mayo de 1984 era evidente que se estaban burlando de varias series de Marvel.

El personaje mutante era entonces un recurso al que Marvel recurría en exceso. Así que reírse de ello era natural para estas tortugas con nombre de pintor renacentista. De repente, en su auge a fines de los 80 y principios de los 90, pasaron a ser una lucrativa serie animada de televisión.

Su exitoso traspaso al cine se debe al taller de Jim Henson (el de los Muppets), que creó unas ingeniosas botargas.

Las tortugas ninja (1990, Steve Barron), del entonces fuerte productor hongkonés Raymond Chow, al frente de Golden Harvest, costó 13 millones de dólares y recaudó 10 veces más. Un negociazo. A la segunda parte, Las tortugas ninja II: el secreto del Ooze (1991, Michael Pressman), no le fue tan bien (25 millones gastados; juntó poco más del triple). La tercera, Las tortugas ninja III (1993, Stuart Gillard), corrió con idéntica suerte: menor presupuesto (17 millones) para apenas triplicarlo.

Condenada a ser un producto televisivo sólo para niños, inopinadamente regresó al cine, ahora como filme animado en TMNT: las tortugas ninja (2007, Kevin Munroe), un costoso producto para Imagi Entertainment, los estudios de animación de Hong Kong, sin asociación con Chow ni su modelo de negocio cinematográfico empleado en Golden Harvest. A un costo de 35 millones de dólares apenas pudo duplicar su inversión. La franquicia había dado de sí.

Pero en la contemporánea era del reciclamiento existen segundas oportunidades. Tortugas ninja (2014, Jonathan Liebesman) fue una superproducción de 125 millones hecha por el siempre despreciado Michael Bay con el apoyo de Paramount Pictures y su filial dedicada al género infantil, Nickelodeon. La idea era hacer algo espectacular, por supuesto, sin botargas. Un ejército especializado en animación 3-D & digital y la técnica motion capture (un actor con traje especial hace los movimientos para luego “vestirlo” en computadora con los rasgos de cada personaje, de cada tortuga), logra darle ese look posmoderno que exigía el cómic.

Sólo que ahora se contó con cierta lógica la historia de esas tortugas, en algún momento mascotas de April O’Neil (Megan Fox) y que por culpa del Ooze, una peligrosa sustancia, mutaron junto con su maestro Splinter (una rata que es auténtico sensei en artes marciales).

Respetando su mitología, en la primera parte Miguel Ángel, Rafael, Donatello y Leonardo, las tortugas enfrentan a su archienemigo Shredder, un humano. Para esta segunda, Tortugas ninja 2: fuera de las sombras (2016) —largometraje número dos de Dave Green tras su fantasía antihomenaje a Spielberg Llamando a Ecco (2014)—, continuando con su canónica mitología, las tortugas van contra dos villanos de su mismo calibre, Rocksteady y Bebop. O sea, mutantes: un rinoceronte y un jabalí creados por Baxter (Tyler Perry), a las órdenes de Shredder (Brian Tee) y el megamaloso Kraang.

El serio acento que tiene la acción (un vértigo apocalíptico que se mueve sin pausa, un ritmo impulsado por exceso de chocolate visual), traiciona la sátira original a los superhéroes (de hecho, las tortugas ya se conciben en los mismos términos que los personajes de Marvel-DC, aunque sin las rudas gracejadas de Deadpool o Escuadrón suicida). Esta parte dos conserva su visión adolescente de la vida —captada con brillante fotografía del brasileño Lula Carvalho—, como único rasgo saludable, en medio de acciones llenas de apuntes entre graciosos y medio bobos. Y sí, aunque es una película de acción, asimismo es un comercial de juguetes.

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