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Humorísticamente inspirada en la historia de Eddie El Águila Edwards (n. en 1963), Volando alto (2016), apenas tercera película como director del veterano actor Dexter Fletcher, cuenta en tono irónico cómo Eddie (Taron Egerton), verdadero nacido para perder, se convierte en una sensación olímpica en los Juegos de Invierno de Calgary 1988 al participar a nombre de Gran Bretaña en la siempre difícil de clasificar competencia de salto en esquí.

Eddie es el eterno torpe aspirante a deportista, de gruesos lentes en forma de gota como máscara triste o en llanto porque por una u otra razón no puede lograr nada. Invencible en su determinación de saltar a como dé lugar, encuentra en la personalidad de su improbable entrenador Bronson Peary (Hugh Jackman, repitiendo por nota el mismo papel de Gigantes de acero [2011, Shawn Levy]) a una especie de alma gemela que le enseña cómo hacerlo sin importar el éxito o el fracaso y con ello, de alguna manera, lograr a la larga convertirse en alguien, en un símbolo.

Muy parecida en su trazo a otra biografía similar, Mi gran oportunidad (2013, David Frankel), que contaba el agridulce ascenso a la fama del cantante Paul Potts (James Corden) con los mismos términos autoirrisorios, Volando alto es la crónica sobre un deportista que se mira como un ser que solitario persigue su sueño sin rendirse a pesar de omnipresentes obstáculos. Película edificante y de ligera cursilería que Fletcher sostiene en la levedad espiritual de su protagonista, quien, en efecto, se convirtió, así fuera por un breve lapso, en un águila humana para asombro principalmente de él mismo.

Trágicamente inspirada en la vida de la productora/reportera Mary Mapes (Cate Blanchett) y del presentador/reportero Dan Rather (Robert Redford), Conspiración y poder (2015), elegante debut tenso en la dirección del guionista especializado en tramas para el hombre araña James Vanderbilt, narra desde el interior cómo fue despedazado el TV-programa 60 minutos en una intrincada telaraña política que fue expandiéndose una vez que transmitió durante 2004 un reportaje, ¿falso, verdadero?, sobre el servicio militar de George W. Bush.

Crónica lineal, sin adornos, el largometraje de Vanderbilt se propone encontrar La Verdad de su título original dejando testimonio de cuántas víctimas quedaron en el camino no se sabe si por la avaricia corporativa, la cacería de brujas obligada desde el poder o la crisis de los noticieros televisivos, que en su momento reemplazaron a la prensa escrita para, a su vez, ser reemplazados por el info-espectáculo, dejando a todos sus protagonistas el sabor de una victoria pírrica que se convirtió en debacle generacional.

Cómicamente inspirada en las viejas películas estilo buddy buddy, o sea de compadres, el filme Compadres (2016), tercero de Enrique Begné y segundo al hilo que estrena este año tras Busco novio para mi mujer, no es un 48 horas (1982, Walter Hill) que se sostenga en el timing delirante mitad violento, mitad de risa, sino una variación de Compadres (1981, Billy Wilder) en el sentido de que cuenta la anécdota de una pareja dispareja encabezada por el comandante Garza (Omar Chaparro) y el adolescente sobreviviente de A la $%&! con los zombis (2015, Christopher Landon), ahora en plan de sobrevivir su verano mexicano armado con su computadora. Es así que el regordete Vic (Joey Morgan) provee las risas y Garza la acción en esta tiesa comedia bilingüe llena de altibajos básicamente porque la cámara sólo atestigua las acciones al igual que el estilo dominante de la comedia contemporánea que no incurre en vulgaridades obvias cuyo mejor ejemplar es el humor auto-racista de Mi gran boda griega 2 (2016, Kirk Jones). O sea, que estamos ante comedias de situaciones que explotan hasta el límite sus estereotipos (el policía mexicano, el nerd o cerebrito adolescente estadounidense) y aparentemente encuentran una variedad de chistes (visuales, verbales, conceptuales) en las contradicciones que surgen camino al complaciente final.

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