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Un poco de historia. El 11 de septiembre de 2012 una turba de militantes islámicos asaltó la sede diplomática de Estados Unidos en Benghazi, Libia, asesinando al embajador Christopher Stevens y a otro funcionario. No fueron los únicos. Esa misma noche mataron a dos contratistas de la CIA. Libia estaba en llamas por la desatada guerra civil en contra del derrocado Muammar Gaddafi. Pero el ataque fue por la difusión vía internet del grotesco video que insultaba al profeta Mahoma, Innocence of Muslims o The Real Life of Muhammad (2012), atribuido a un tal Sam Bacile que luego se supo era en realidad el cristiano egipcio residente en Estados Unidos Nakoula Basseley o Mark Basseley Youssef.

En principio se desestimó a este video como detonante de los ataques, pero no fue ninguna coincidencia la sincronía con la fecha fatídica del 11 de septiembre y que el ataque lo encabezara Ahmed Abu Khattala, a quien se acusó de mantener nexos con Al-Qaeda. Posteriormente al ataque se dijo que la entonces Secretaria de Estado, Hillary Clinton, no hizo caso a peticiones de reforzar la seguridad del consulado. Clinton salió completamente airosa de la audiencia ante el Senado sobre este asunto.

Hubo un episodio en esto que cuenta el libro 13 hours (2014) de Mitchell Zuckoff: seis operadores de la CIA, contra reloj, decidieron por su cuenta y riesgo enfrentar a los atacantes y defender en lo posible a otros estadounidenses varados en el consulado y en unas instalaciones vecinas.

Claro, esto es lo que narra el filme 13 horas, los soldados secretos de Benghazi (2016, Michael Bay), obviando detalles (ninguna mención a la Clinton, por ejemplo), concentrándose en cómo actuaron principalmente Jack Silva (John Krasinski), Kris Tanto Paronto (Pablo Schreiber) y Tyrone Rone Woods (James Badge Dale), enfrentándose a su Jefe (David Costabile) y oponiéndose a las instrucciones de no intervenir en el conflicto.

El acto de rebeldía, visto como heroico, es el centro del filme que dirige uno de esos directores que el público mucho ama odiar. En efecto, Bay, famoso por sus historias sobre los Transformers, en 13 Horas, su película doce para cine, renuncia a cualquier atisbo de sutileza, y entrega otro Armaggedon (1998), bastante alejado de su interesante sátira Sangre, sudor y gloria (2013). Desigual en sus resultados, tanto interesante como banal, hábil como torpe al tocar o evadir el contexto político, Bay opta por hacer con, sin duda alguna, enorme solvencia, un ejercicio típico de entretenimiento crash & burn. O sea, pura destrucción y quemazón; bombas y balazos en medio de una tensión extrema que al menos maneja simbólicamente —con el fragmentado montaje de Pietro Scalia y Calvin Wimmer—, como retrato de lo que es sentir angustia en una situación suicida. Bay a su impecable técnica recurre a un reparto exclusivo de actores secundarios que funcionan como eficaz equipo de Bad boys/Dos policías rebeldes (1995). O lo que es lo mismo, convierte un hecho lleno de aristas, de la historia reciente aún difícil de dilucidar, en espectáculo que sirve de pretexto para una apología de la hegemonía estadounidense basada en el individualismo más pedestre. ¿Será este la primera cinta de la era Trump?

Por su parte, No sin ella (2015), tercer filme para cine de Peter Sollett —tras Raising Victor Vargas (2002) y Nick y Norah/Una noche de música y amor (2008)—, es un seco y austero melodrama sentimental, al igual que sus dos previos sobre relaciones disfuncionales, que se concentra en la historia del angustioso amor entre la policía Laurel Hester (Julianne Moore) y su compañera de vida Stacie (Ellen Page), y en cómo se enfrentan al sistema en una situación extrema que, a su vez, es el núcleo de una angustia más profunda, social y política que Sollett aborda con un ligero humor y bastante solidaridad. Una cinta inspirada en un hecho real que se concentra en lo esencial que existe en el amor sin condiciones.

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