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Enel filme Steve Jobs (2015, Danny Boyle), el cerebral guión de Aaron Sorkin condensa la abundante biografía de Walter Isaacson en apenas tres momentos (en 1984, 1988 y 1998).
Repiten una y la misma situación de Steve Jobs (Michael Fassbender) para que evolucione, en su teatro de cámara íntimo, hacia la emotividad pura ya como el genio de mercadotecnia que nunca reconoce los logros que le exige Woz (Seth Rogen), ya como el padre que reniega de su hija Lisa en venganza por ser adoptado; ya como el hombre incapaz de mostrar humanidad más allá de admiración al objeto con el que transforma el mundo.
Aunque el filme, cerebralmente ejecutado por Danny Boyle entre bastidores eternos, en algún momento revela la intensidad sentimental del cerebral Jobs (“te daré 100 canciones, 500, mil”) como promesa a una Lisa adulta en plena confusión entre ser cerebral con sus emociones, o emocional con sus ideas, como la película lo retrata en sí.
Descubrimiento. En la película La verdad oculta (2015), el director Peter Landesman cerebralmente adapta el artículo “Game Brain”, de Jeanne Marie Laskas, que narra cómo el brillante neuropatólogo Bennet Omalu (un sensible Will Smith), descubre con intuición la razón por la que mueren varios jugadores de la NFL: una encefalopatía traumática crónica (ETC).
El hecho quiere difundirlo (“¡diga la verdad!”) y se desconcierta ante la hostil recepción de la NFL, que defiende visceralmente un juego que no entiende. Hasta que el intuitivo doctor Bailes (Alec Baldwin) abre puertas para que la ETC se reconozca como riesgo.
Landesman, en éste su segundo largometraje, usa planos medios y primeros planos.
Así, la reflexión de los personajes sustituye a la emoción, incluso en la parte sentimental:
“Casémonos y luego vemos si nos enamoramos”, le dice Bennet a Prema (Gugu Mbatha-Row), quien no oculta su arrobado enamoramiento hacia el siempre menospreciado inmigrante sin carta de naturalización, aunque apoyado hasta la ignominia por su superior el doctor Wecht (Albert Brooks).
Cerebralmente concebida para no tratar maniqueamente al futbol americano, Landesman se concentra en pequeños momentos (descubrimiento de la enfermedad, compromiso nupcial-familiar, fracaso ante la corporación y, por supuesto, redención). Exactamente cuatro, como los tiempos de un partido.
Incongruencia. En La gran apuesta (2015, Adam McKay), sexto largometraje de este prolífico guionista especializado en comedia, un grupo de observadores que nunca se relaciona entre sí, descubren incongruencias en el mercado inmobiliario de EU años antes de que se fuera al diablo.
Son el cerebral médico Michael Burry (Christian Bale) convertido en excéntrico gerente de una empresa dedicada a fondos de cobertura, quien a pesar de tener un solo ojo, ve lo que nadie más al leer cuidadosamente los números reportados por Wall Street; el inversionista cínico del Deutschebank Jared Vennett (Ryan Gossling); el idealista financiero emocional con ética Mark Baum (Steve Carell), y un trío de pequeños inversionistas con afilada intuición encabezados por un Ben Rickert (Brad Pitt) con conciencia (“no bailen, la gente se va a quedar sin trabajo y sin casa. ¡No bailen!”). Cada quien por su cuenta y riesgo anticipa la caída del imperio económico.
Tan trágica situación McKay la presenta cerebralmente con notable agilidad visual —que hasta breviarios de economía incluye- para volver lo cerebral y esotérico de la bolsa, las corredurías y las calificadoras contemporáneas, descritas con mucha gracia en el libro de Michael Lewis, en elementos de un juego pesimista de crítica y autocrítica sobre la avaricia en todas sus facetas a las que analiza con ácido humor.