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Los siete magníficos (2016), largometraje 11 del especialista en acción tremebunda Antoine Fuqua, con guión coescrito por el novelista experto en policiales Nic Pizzolatto y el aficionado a la acción cargada de testosterona Richard Wenk, se basa en el libreto de la obra maestra Los siete samuráis (1954, Akira Kurosawa), para hacerlo un western posmoderno como si nunca se hubiera realizado el western clásico Siete hombres y un destino (1960, John Sturges), a su vez basado en el mismo filme de Kurosawa.

Fuqua no toma nada de la adaptación que el veterano guionista hollywoodense William Roberts hizo en la versión 1960.

En consecuencia, ni remake ni reboot, las opciones ante la falta de creatividad actual. Es un re telling, un re cuento. O sea, una variante del guión original donde todos los personajes son, debido a lo políticamente correcto, interpretados por actores que representan el papel étnico asignado. Incluso a Emma (Haley Bennett) se le da cierto perfil para equilibrar tanto macho alfa.

Esta tendencia seguirá: ya se anunció que se verá el re telling de A la hora señalada (1952, Fred Zinnemann) para 2017.

Fuqua recurre a su característico estilo de cámara inquieta para un violento western sobre cómo un pueblo asolado por el sanguinario cacique Bartholomew (Peter Sarsgaard), se rebela contratando a los siete del título, encabezados por el cazador de recompensas Chisolm (Denzel Washington). Debido a los tics de autor de sus filmes previos (Día de entrenamiento, Tirador, El justiciero, Asesinos sustitutos), Fuqua hace acciones de vértigo, ya trabajadas con sus colaboradores, el fotógrafo italiano Mauro Fiore y el editor John Refoua, para crear una suerte de policial ambientado en el viejo oeste.

El resultado es un western de mucha agilidad visual, con cierta lección moral sobre la justicia; un curioso anacronismo, que es para el western lo que El Rey Arturo (2004, Fuqua) fue para los largometrajes de aventuras.

Rescate suicida (2015), sexta cinta, pero primera de gran perfil comercial, del cultivador de churros tremendistas Steven C. Miller, es un conciso thriller hiper violento de inverosímil y exagerada premisa en el que el agente de la CIA Harry (el ex modelo Kellan Lutz) debe salvar a su padre Leonard (Bruce Willis continuando en plan Duro de matar), a su vez también agente de la CIA, secuestrado por los terroristas de rigor, quienes, pero por supuesto, desatarían el armagedón. Para resolver el entuerto sólo cuenta con Victoria (la atleta experta en repartir trancazos Gina Carano). Miller hace un coctel de acción non-stop —que renuncia a cualquier profundidad sicológica—, con ajustadísimas secuencias gracias a la precisa edición del francés Vincent Tabaillon. Filme de acción desatada que funciona por la (fatigada) desmesura con la que es planteado y ejecutado.

La luz entre los océanos (2016), cuarto largometraje del inclasificable estilista inasible Derek Cianfrance, escrito por él mismo con base en la novela de M. L. Stedman, es un melodrama épico de época que oscila entre lo cursi y la emoción depurada.

Cuenta la compleja vida del farero Tom (Michael Fassbender), su esposa Isabel (Alicia Vikander) y la inesperada Hannah (Rachel Weisz). En Cianfrance (Triste San Valentín), hay una esencia romántica y una vocación por convertir lo melodramático en contenida pieza para emociones que únicamente podrían expresarlas sus actores. Una historia de intensidades que cede a cierto exceso lacrimógeno sobre qué significa la paternidad. Pero Cianfrance mantiene siempre una firme e inspirada mano en la dirección.

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