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En su filme siete, Django sin cadenas (2012), Quentin Tarantino hizo un pastiche de western que se pretendía homenaje a Sergio Leone. Pero su inspiración real fue otro Sergio... Corbucci, de quien tomó las claves estilísticas de Django (1966). Convirtió el spaghetti western a la Corbucci en condimentado y picante hot dog western. Y que se gana un Oscar como guionista.

Ahora en su filme ocho, Los 8 más odiados (2015), crea otro pastiche ultra referencial: un hamburguer western tamaño extra angus que dura y dura y nunca te lo acabas. Tras la falsa referencia a Howard Hawks (el transcurso hacia un espacio donde se encierran los nuevos ocho Bastardos sin gloria: el cazador de recompensas, el verdugo, el soldado confederado, el alguacil, el inglés delicado, el mexicano, el vaquero y, por supuesto, la prisionera) escribe una trama estilo Agatha Christie (sugiriendo una íntima interrelación entre esos Perros de reserva hasta revelar el “misterio” de quién es quién, con la que juega en cada capítulo marcado como en sus filmes previos: tic estilístico convertido en chiste, repetido una y otra, y otra vez).

La historia fue filmada un tanto inútilmente en 70 mm (espléndida foto de Oscar de Robert Richardson), formato hoy imposible de proyectar, que Tarantino utiliza imaginando que hace la parte oscura de El árbol de la vida (1957, Edward Dmytryk), pero con trasfondo posmoderno de post
Guerra de Secesión en Tiempos Violentos y con puro bandolero canalla. Tal cual lo filmara el director de fotografía de Corbucci en Django, Enzo Barboni, quien bajo su alias de E. B. Clucher hizo Me llaman Tarantino-Trinity (1970), y Me siguen llamando Tarantino-Trinity (1971). O sea, este pastiche tiene más elementos que su filme anterior, y vuelve a Daisy Domergue (Jennifer Jason Leigh robando cámara) recompensa literal (“vale 10 mil dólares”), similar a la de cintas menos machistas y misóginos como los de su otra referencia, el veterano Ferdinando Baldi (Tarantino-Trinity va a la guerra, Pueblo de gigantes, Comin’ at ya!).

Tarantino hace un suntuoso espectáculo visual tan lleno de su cinefilia que concluye con Roy Orbison cantando “There won’t be many coming home” del filme The fastest guitar alive (1967, Michael D. Moore). Tanto laberinto derivativo para contar quién ejecuta a Daisy. Por eso no mereció ninguna otra nominación.

En su maduro filme cinco, Brooklyn (2015), el poco conocido multiestilista visual irlandés John Crowley hace una intensa introspección sobre la migración vista como condición exclusivamente femenina; crea una narrativa precisa acerca de la dualidad, tanto la vital de Irlanda primero y Brooklyn después, como la del transcurso de la íntima solidaridad filial hacia una melancolía amorosa. Película que reflexiona sin estridencias y que para un Hollywood dominado por diversas parafernalias parece carente de acciones llamativas, porque todo sucede internamente: el viaje, el desarraigo son vistos como movimientos del alma que obligan a que florezca el personaje de Eilis (Saoirse Ronan expresando sólo con la mirada diversos matices emocionales que atentamente capta la magnífica fotografía de desvaídos colores pastel estilo 1950 sin cursilerías del canadiense Yves Bélanger).

Los hombres son meramente circunstanciales en este filme de acciones minimalistas que se concentra en expresar los sentimientos que, aquí por definición, son femeninos. Por ello intensamente humanos.

El inteligente guión del escritor Nick Hornby seguro merece su Oscar por transmitir con exactitud el espíritu de la novela de Colm Tóibín; logró una sensible adaptación que visualmente expresa y condensa la complejidad de la belleza que hay en una literatura introspectiva y mucho más profunda.

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