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Este es un hombre que de niño diseccionaba pollitos, de adolescente durmió en un ataúd durante un año y, ya mayor, comenzó una inmensa colección de partes humanas de cadáveres (incluyendo algunas que tienen tatuajes en la piel).
Pablo Guisa es, a sus 42 años, no sólo director fundador de Morbido, Festival Internacional de Cine Fantástico y de Terror que está por celebrar ocho ediciones, sino que es reconocido en certámenes especializados del orbe como Sitges, edita libros y produce filmes alusivos de corte internacional.
“Nunca quise ser bombero, ni astronauta, sino médico forense”, recuerda. “Mis primeras autopsias fueron a los muñecos, después, debo confesar, fueron a mis mascotas, como pollitos o largatijas”, agrega.
Su abuelo fue Jesús Guisa, escritor autor de una oración fúnebre a José Vasconcelos y muy religioso; su tío fue un doctor en cuyos libros Guisa vio cómo se hacían operaciones, y su papá estuvo involucrado con el cine en los Estudios Churubusco, trabajando con el realizador Alejandro Jodorowsky (La montaña sagrada).
“Convivía entre libros y figuras humanas crucificadas y llenos de sangre, me llamaba la atención que la gente se persignara y alabara frente a un cadáver chorreante”, narra.
“Mis fiestas infantiles eran en la parte trasera de los Estudios Churubusco, donde estaba el pueblo vaquero y una selva, jugué en el set de Dunas (cinta hollywoodense) y un día mi papá me dijo que iba a presentarme a un tal Ringo Starr y yo dije: ‘y ese hippie qué, mejor me voy a jugar’. Había un lago y me gustaba ir porque decían que había un cocodrilo perdido”, apunta Pablo.
Lo demás vino después. Tras ver Veneno para las hadas (1985), de Carlos Enrique Taboada, algo se movió en él. Se identificó con los personajes pues él mismo iba a panteones y recolectaba tierra y arañas.
¿No te pasó como Memo del Toro, quien tras ver un fantasma en su niñez, quiso dedicarse al tema?
Toda mi vida he buscado experiencias paranormales, me he metido a casas abandonadas, cementerios, hice invocaciones satánicas y nunca me ha pasado nada o si ha pasado, le he buscado explicación científica.
¿Cómo fue que dormiste un año en un ataúd?
Fui a un panteón y compré uno de donde habían exhumado a alguien, lo lavé y acondicioné, saqué todo de mi cuarto, que era todo negro, y lo coloqué en el centro junto a cuatro cirios; dormía con la tapa cerrada.
Durante siete años, también, sólo usé color negro en mi ropa, la pasta de dientes, con tinta de pulpo, era negra. Por eso fue un shock cuando entré a medicina para ir de blanco.
Tienes una colección que incluye tatuajes humanos reales...
Lo hago con objetos que remitan a cosas oscuras y nada me ha costado. Con las partes humanas comencé en 1985 cuando fui a Tepito con mi papá a ayudar con agua potable; muy cerca una iglesia se había derrumbado con los nichos y había una serie de huesos, ahí agarré un fémur.
He ido a excavaciones arqueológicas en Colombia y Argentina y lo que encuentras son pedacitos de huesos que no van a un museo; cuando estudié medicina, todos saben que es fácil conseguir un cráneo humano.
Mórbido me ha permitido que la gente se acerque, hay quien me ha dado cabezas jíbaras reales y hace dos años se me ocurrió montar una exhibición de tatuajes; la gente llegó con algunos que conservaban, como el de un hijo, y me los dejaron.
Un día en un laboratorio de investigación médica fui para ver su mobiliario y qué me servía para comprar y vestir Mórbido. Tenían en frascos cuerpos humanos chiquitos que llevaban unos 50 años, era alguien con dos cabezas o con elefantiasis, esos están en mi casa junto con mi colección de tarántulas vivas, son sólo tres, pero las más venenosas del mundo.