En los últimos dos siglos hemos visto de manera casi ininterrumpida un proceso de urbanización en el que cada vez una mayor proporción de la humanidad se ha trasladado para habitar las ciudades.

Los criterios para definir una ciudad pueden variar de un lugar a otro e incluso con el tiempo, sin embargo, el concepto siempre es el mismo: un espacio común donde sus habitantes encuentran un espacio propicio para satisfacer sus necesidades y mejorar su nivel de vida.

Lo anterior se hace posible al concentrar y conectar recursos y capacidades que generan economías de escala, nuevos mercados, empleos y actividades económicas que de otra manera nunca hubieran surgido. En suma, las ciudades constituyen espacios de productividad que potencian nuestra capacidad de generar recursos, desarrollo y bienestar.

Las ciudades han sido el elemento fundamental en el desarrollo y el avance de la humanidad, no sólo en el aspecto material y de cobertura de necesidades básicas, en ellas también se ha gestado la mayoría de los avances tecnológicos y científicos, además de que ofrecen un mayor acceso a las actividades culturales y de esparcimiento.

De acuerdo al más reciente reporte de ciudades de la ONU, alrededor de 60% de la población mundial ya habita en ciudades y para finales de la próxima década se calcula que dicho porcentaje podría acercarse a 70%.

Al ser espacios altamente eficientes y productivos, su aportación al PIB es aún más significativa, el mismo reporte de la ONU señala que en 2030 el 80% del PIB mundial se generará en las ciudades y las 600 mayores aglomeraciones serán responsables de tres cuartas parte de esa participación.

Resulta claro que si nuestro presente ha sido consecuencia del desarrollo de las ciudades, nuestro futuro lo será aún más. Las ciudades representan nuestra mejor oportunidad para desarrollar los mecanismos, tecnologías e instituciones que permitirán dar calidad de vida a millones de personas que aún no la tienen.

Sin embargo, el acelerado crecimiento de las ciudades, tanto en términos demográficos como espaciales, ha generado necesidades que están rebasando las capacidades de transporte y de provisión de servicios, de aprovisionamiento de productos de consumo, de vivienda digna y de todo tipo de servicios que, en muchos casos, siguen dependiendo de los mismos mecanismos de hace décadas.

Consecuencia de lo anterior son problemas como la contaminación o desaparición de ecosistemas y recursos naturales, vulnerabilidad ante el cambio climático y desastres naturales, escasez de vivienda, desigualdad económica, inseguridad y tensiones sociales que atentan contra el fin mismo para el que fueron creadas, el mejoramiento del nivel de vida.

Desafortunadamente, las soluciones a estos problemas se están viendo limitadas y entorpecidas al gestionarse por medio de mecanismos e instituciones diseñados en otras épocas y que por tanto no tienen la capacidad de actualizarse a la velocidad requerida, generando un distanciamiento entre ciudadanos y autoridades.

Las respuestas para resolver las deficiencias antes mencionadas es posible encontrarlas haciendo uso del espíritu innovador y el cambio tecnológico que definen a esta época. Hoy, a través de los avances tecnológicos, es posible hacer asequible a empresas, comunidades e incluso individuos, la solución de problemas públicos que sólo estaban al alcance de las tradicionales estructuras burocráticas.

Las ciudades son el espacio ideal para desarrollar y potenciar conceptos como la economía colaborativa, agricultura intensiva, manufactura aditiva y el internet de las cosas, cuya pronta adopción es esencial para encontrar soluciones sostenibles a largo plazo. En lograr esta adopción, las universidades deberán jugar un papel fundamental, en la próxima entrega veremos por qué.

Secretario de Turismo

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