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Durante la campaña, López Obrador le sacó un notable kilometraje electoral al tema del nuevo aeropuerto. Su oposición a las obras en curso le hacían ver como un candidato contestatario, anti-sistémico y con propuestas alternativas. En unos días más, para fortuna de todos —incluido él mismo— este debate terminará. Se cumplirá con el ritual anunciado de escuchar a los expertos para después convocar a una consulta popular, cuyo veredicto más nos vale que coincida con la opinión de los especialistas. Así se habrá cumplido con la promesa de campaña y nadie podrá decir que se cedió la plaza fácilmente.
Cuando se planteaba que la base área de Santa Lucía fuese el mayor aeropuerto internacional del país, dejando al actual exclusivamente para vuelos nacionales, me conmovían mucho los pobres viajeros del interior de la República. Nadie, ni los que votaron por los otros candidatos, merecían tanto castigo. Calculemos como ejemplo el tiempo de viaje de Manzanillo a Miami:
El pasajero debe llegar dos horas antes al aeropuerto de Manzanillo, más la duración del vuelo de una hora: llevamos tres. Sumemos por lo menos otra hora para descender del avión en la CDMX, recoger maleta y llegar a la estación del tren que le llevaría hasta Santa Lucía. Llevamos 4 horas. Trayecto a alta velocidad hasta la terminal internacional, una hora más. Ya llevamos cinco horas y el desdichado pasajero apenas ha llegado al aeropuerto del cual saldrá su vuelo internacional. De acuerdo a las normas, debe presentarse tres horas antes de su salida a Miami. Al momento de abordar el avión ya han transcurrido 8 horas desde que salió de Manzanillo. Le sumamos las tres horas y media que tarda el vuelo a Florida y finalmente llega a su destino; más de 11 horas le ha tomado ir de Colima a uno de los destinos más cercanos en Estados Unidos. Con esa inversión de tiempo ya habría podido llegar a Londres o a Madrid si las conexiones fuesen, como serán en el nuevo aeropuerto, pasando de una sala a otra y no de un aeropuerto a otro.
La idea de un doble aeropuerto habría también perjudicado gravemente a las aerolíneas nacionales. Si Aeroméxico o Interjet querían usar un avión basado en Santa Lucía para volar a Cancún, no podían hacerlo porque esos aviones solamente cubren vuelos internacionales. Tendrían que programar un vuelo de Santa Lucía al viejo aeropuerto de la capital para poder usarlo después hacia Cancún, con los consecuentes gastos adicionales y la congestión aérea ¡para llevar y traer aviones vacíos!
El debate, está visto, logró con creces los efectos electorales esperados. Terminadas las campañas, lo que sí resultaría ahora muy valioso es que se revisen a fondo los contratos y los costos de construcción, la calidad y procedencia de los materiales utilizados y el avance de obra. El proyecto sin duda es enorme, ambicioso en su diseño y caro en su realización. Sin política de por medio, habrá que asegurar que esté bien hecho, con el dinero bien invertido y que sea un referente de funcionalidad y de orgullo por lo menos cincuenta años.
Internacionalista