En el mundo sigue habiendo guerras. Todas ellas actualmente son guerras civiles, conflictos internos. Si bien en algunos casos, como los de Siria o Afganistán, existe presencia y apoyo de potencias extranjeras, no hay un solo conflicto bélico entre dos o más países. La guerra del Pérsico, la invasión de Iraq, el enfrentamiento entre Israel y Líbano y la presencia de milicianos rusos en el Este de Ucrania, son los vestigios más recientes de las guerras internacionales. Existen efectivamente, focos rojos, altamente peligrosos, especialmente en la Península Coreana y en el Medio Oriente, involucrando la pesadilla del armamento nuclear. Sin embargo, gracias a la acción eficaz de la diplomacia, los conflictos armados entre naciones han prácticamente desaparecido.
Los desafíos modernos a la seguridad proceden de actores no estatales; agrupaciones terroristas, el crimen organizado, hackers cibernéticos y contingentes paramilitares o de guerrilla urbana. Normalmente, son los servicios policiacos y de inteligencia los que se encargan de enfrentar estos fenómenos, no los ejércitos.
Salvo aquellas naciones que tienen adversarios reales y peligrosos como serían los casos de Pakistán y la India, Israel, Irán, ciertos Estados árabes o los vecinos de Corea del Norte, la gran mayoría de los países están revisando a fondo el papel de sus fuerzas armadas. Se trata de aparatos muy costosos en los que el planeta invirtió 1.7 trillones de dólares el año pasado; esto es, más del 2% del PIB global. Su función es principalmente disuasiva, de control del espacio aéreo, las fronteras y de defensa ante una muy remota posibilidad de agresión extranjera.
En México tenemos un escenario de alto contraste: un ambiente de inseguridad interna alarmante y un entorno internacional en el que nuestras amenazas son virtualmente nulas. Se requiere de un ejercicio de imaginación muy exaltado para visualizar un ataque o una declaración de guerra en contra de México. Somos un país con altos índices de violencia y a la vez, una postura pacifista bien establecida y respetada en el plano mundial. El único país que podría ver amagada su seguridad nacional por causa de México sería Estados Unidos, en el remoto caso de que nuestro país viviera condiciones muy graves de descomposición social o política, una guerra civil, un éxodo masivo de la población o el desbordamiento de nuestra inseguridad más allá de la frontera. Nuestros demonios viven dentro.
La preparación esencial del Ejército mexicano se centra en la defensa de la soberanía y la integridad territorial de nuestro país. Su función primordial es la defensa nacional. No obstante, las tareas principales que desarrolla son de carácter humanitario, de atención en caso de desastres y, en los dos últimos sexenios, a contener el avance del crimen organizado.
Tenemos un equipo de 274 mil mexicanos bien entrenados, disciplinados y con un presupuesto de 6 mil 600 millones de dólares para este año. En sus cuadros militan médicos de primera línea, ingenieros, controladores aéreos, expertos en inteligencia y el mejor equipamiento logístico con que cuenta el país.
Ante la ausencia de amenazas reales de guerras o intervenciones extranjeras, el México de hoy debe preguntarse con la mayor seriedad cuál es el papel moderno y de mayor utilidad que debe asignarse a nuestras Fuerzas Armadas. Es imprescindible vivir con paz y seguridad. La violencia atemoriza a la sociedad, inhibe las inversiones y el crecimiento económico y del turismo. Es el lastre más pesado y urgente para detonar el verdadero potencial del país. De ahí que, al menos desde un plano conceptual, pudiéramos empezar a debatir que las fuerzas armadas se conviertan en la Secretaría de la Protección Nacional, más que de la Defensa Nacional.
Internacionalista