Al triunfo de la Revolución China, un grupo de camaradas se acercó a Mao Tse Tung para hacerle notar que debía designar a los funcionarios del nuevo gobierno. Dadas las enormes dimensiones de ese país, le acercaron una lista que contenía los cientos de miles de puestos que debían ocuparse. Mirando que la tarea le llevaría un tiempo muy considerable y que lo más probable es que terminara armando un equipo a base de ocurrencias o simples simpatías personales, el líder indicó a sus colaboradores: “Díganme, para cada puesto, si requerimos de un Rojo o de un Experto”.
Así, por ejemplo, para dirigir los ferrocarriles nacionales escogió a un profesional de los trenes y para encargarse de la programación de la radio, eligió a un comunista comprometido con la causa. Mao marcó así una importante distinción entre los puestos que requerían de una identificación ideológica y aquellos otros que exigían de conocimientos técnicos, independientemente de las convicciones políticas de los funcionarios.
Esta fórmula (binaria como era en buena medida el pensamiento de Mao) podría ser de utilidad para la nueva administración mexicana. El candidato López Obrador presentó a su gabinete siete meses antes de las elecciones y a más de un año de tomar posesión. Esta fue una manera de mostrar a los votantes a un equipo completo de trabajo y no solamente su candidatura que ya era bien conocida en el país. La selección de los miembros del gabinete, que ha mantenido en todos los casos salvo en la Secretaría de Relaciones Exteriores, recayó en personas con afinidad y simpatía hacia AMLO. Se trató de un grupo de personas que se mostraron dispuestas a correr el riesgo de ser nombradas en un gabinete que solamente se haría realidad si su líder ganaba las elecciones. Esto tiene el mérito incuestionable de habérsela jugado en campaña. Algunos otros, quizá con mejores trayectorias profesionales, no tuvieron el temple para aceptar algún nombramiento sin tener la certeza de la victoria. Por su lealtad y compromiso unos están dentro y otros se quedaron afuera.
Siguiendo la lógica de Mao, existen funciones de gobierno que exigen ante todo de un alto conocimiento técnico y profesional, por lo que no permiten subordinarlos a una cuestión de afinidades políticas. En el caso mexicano saltan a la vista posiciones como la dirección de Pemex, el manejo de las telecomunicaciones, el suministro de aguas, la recaudación de impuestos o la aeronáutica. En ese tipo de puestos se requiere de expertos, no de rojos. Para presentar un plan estratégico y de saneamiento financiero de Pemex ante los mercados internacionales, también se requiere de expertos. De otra manera, se obtienen resultados tan onerosos como el que produjo la gira de los enviados del gobierno a Nueva York. Una posible explicación, claro está, pudiese encontrarse en los niveles salariales que ha fijado la actual administración. Es probable que con esos salarios no se encuentre más que rojos en el mercado laboral.
A fin de cuentas habría que citar aquí a otro gran líder chino del siglo XX, quien construyó los cimientos de la nueva grandeza de ese país. Deng Xiao Ping afirmaba que “no importa si el gato es blanco o es negro mientras sea capaz de cazar ratones”. En los temas más delicados y que requieren mayor especialización en la conducción de nuestro país, bien nos vendría seguir el consejo del viejo Deng.
Internacionalista