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El enemigo externo y la acción perversa de los mercados son los dos villanos favoritos de los políticos. El mensaje que mandan al invocar a estos actores es que el gobierno está actuando de manera impecable, pero fuerzas oscuras del exterior o del sector financiero lo arruinan todo. A últimas fechas, México ha caído en un tobogán bursátil de desconfianza crediticia, de encarecimiento de su deuda y de depreciación de nuestra moneda. Los culpables de esta situación, nos dicen, son los mercados que se resisten a aceptar los grandes cambios que se avecinan, que se resisten a perder sus privilegios.
¿Quiénes son exactamente esos mercados? Los mercados no son una sociedad secreta ni una especie de Mago de Oz que manipula el rumbo del mundo detrás de una cortina. Puede haber y los hay, operadores financieros que buscan obtener ganancias excesivas y que abusan de la información privilegiada que poseen para beneficio personal o de sus empresas. Esos individuos deben ser controlados y sancionados. Sin embargo y ante todo, los llamados mercados son los ahorros, los fondos de pensiones, los estados de cuentas de las empresas y las inversiones de la sociedad en su conjunto; desde el que tiene una modesta Afore para el retiro, hasta el que tiene una compañía registrada en la bolsa de valores.
La obligación primordial de quienes operan fondos, portafolios de inversión o simples ahorros, es la de preservar el patrimonio de quienes les confían sus depósitos y, de preferencia, lograr que sus activos se incrementen a través de decisiones atinadas. Cuando cae la bolsa, se devalúa la moneda y aumenta el costo de la deuda nacional, todos perdemos en mayor o menor medida: el pensionado recibe una mensualidad más baja, el inversionista pierde dinero que podría fomentar el empleo, las importaciones nos salen más caras, elevan la inflación y cae el crecimiento económico general. En estas condiciones, son normalmente los pobres quienes más resienten los efectos de la recesión o de una mala toma de decisiones.
La economía y la política son dos fuerzas muy poderosas que tienen la capacidad de hacerse grave daño entre sí cuando no cuentan con acuerdos básicos. Cuando las reglas o las intenciones no son claras entre uno y otro campo, las sociedades pagan un alto precio. En el momento actual de México estamos siendo testigos de una falta de entendimiento elemental entre estas dos fuerzas, de una carencia de método para procesar las diferencias y por lo mismo de una peligrosa desconfianza mutua.
El gobierno entrante ha enviado señales que parecen indicar que la política va a dominar al resto de los actores de la sociedad, bajo una interpretación propia de lo que quiere y lo que necesita la gente, el pueblo. La economía deberá supeditarse al interés general de la nación, sería la tesis aproximada. El problema es que un gobierno no puede ordenar el número de empleados que debe tener un negocio, las máquinas que debe comprar o los niveles de venta que deben tener sus productos. En última instancia, son los consumidores, la calidad y precio de los bienes y servicios los que determinan que una empresa se expanda o se vaya a la bancarrota. El papel que corresponde al gobierno es el de generar las condiciones y las iniciativas de ley que más abonen a la prosperidad general.
Lo que hoy vivimos en México es una especie de rounds de sombra donde las grandes fuerzas nacionales están midiendo sus alcances y estrategias. El reto que tendrá el gobierno entrante es sustituir el cuadrilátero de box por un espacio de concertación nacional, con un rumbo y unas prioridades bien definidas sí, pero en la que puedan caber todos.
Internacionalista