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Pepe Meade no se merece lo que le está sucediendo. La hazaña que le pide realizar el PRI pertenece al ámbito de los milagros. Lograr que una sola persona pueda limpiar y embellecer un prado tan extenso de corrupción, impunidad y complicidades es una tarea punto menos que imposible.
Como muchos otros mexicanos, tengo una impresión favorable de Meade. Tiene una sólida preparación académica, una experiencia muy variada en tareas de gobierno, es mesurado, de trato amable, cordial. No parece ser un hombre de ambiciones desmedidas ni en el terreno del poder, ni en el de la acumulación de riqueza. Tiene una aversión natural al escándalo y al conflicto. Es un hombre conciliador y convincente. En suma, él no es el problema, sino el contexto nacional en que se desarrollará la campaña y los personajes que rodean su candidatura. El lastre mayor es el desprestigio del partido que lo postula.
La apuesta del PRI es que los mexicanos votemos por un buen hombre. Sin embargo, esta candidatura enfrenta algunos dilemas insalvables. Lo que más interesa al priísmo es la preservación del poder, de sus prebendas y, más importante aun, garantizar que sus fechorías no sean perseguidas. Del otro lado, lo que más irrita y preocupa al electorado son los niveles escandalosos que han alcanzado la corrupción y la impunidad durante la actual administración. Si el candidato Meade quiere ganar el respaldo de los votantes, no puede ignorar esta preocupación prioritaria de los mexicanos.
Lo mandaron a librar una guerra en especial compleja. Debe estar consciente de que su candidatura ganaría mucha atención y simpatía si declara su repudio al desfalco que han perpetrado gobernadores y funcionarios priístas desde su regreso al poder. Pero igualmente consciente debe estar de la lealtad que se reclama de él hacia el grupo gobernante desde que fue ungido como su candidato. ¿Cómo armar entonces una campaña atractiva y convincente sin abordar el punto más sensible para los mexicanos? Este es el gran dilema de Meade.
La incógnita central que plantea su candidatura es si ofrecerá o no el compromiso de perseguir y confiscar las riquezas mal habidas de políticos corruptos, del partido que sean, pero con mayoría inocultable del partido que lo ha lanzado a la Presidencia. Difícilmente podrá establecer ese compromiso. De hacerlo, quienes le aplauden y lo elogian hoy, sean líderes sindicales, algunos compañeros de gabinete, gobernadores o congresistas, se convertirían en sus rivales y detractores.
Al designar a Meade, el único secretario no príista del gabinete, el tricolor confirmó que entiende el grado de desprestigio que ha alcanzado entre la población. Sin querer envió el mensaje de que los buenos mexicanos están fuera del PRI. Ahora esperan que un hombre íntegro y limpio sea su pasaporte a la salvación, que la oveja se encargue de rescatar a los lobos.
Internacionalista