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El controvertido libro de Michael Wolff, El Fuego y la Furia, ofrece una visión de primera mano sobre la forma en qué está operando la Casa Blanca y lo que en verdad piensa del presidente su grupo de colaboradores más cercanos. Las revelaciones de alguien que durante meses tuvo acceso irrestricto a reuniones y entrevistas con el equipo presidencial, han despertado un interés inusitado en Estados Unidos y muchas otras partes del mundo. Sin embargo, más allá del libro, las reacciones que este texto ha generado por parte del propio Trump quizá sean las que ofrezcan las claves más relevantes para entender su mentalidad, sus flancos débiles y sus instintos políticos.
El cuestionamiento principal y más recurrente en el libro consiste en preguntarse si el señor Donald Trump está capacitado psicológica y profesionalmente para ocupar la presidencia de Estados Unidos. Su grupo más cercano de asesores lo califica de infantil, egocéntrico, carente de profundidad en el análisis, con poco interés por aprender el oficio y de carácter voluble. Estas apreciaciones, curiosamente, coinciden con el panel de psicólogos y psiquiatras norteamericanos que se dieron a la tarea de evaluar su temperamento y sus aptitudes mentales. El veredicto de ambos es que el señor Trump tiene una personalidad y un carácter que lo descalifican para ocupar un puesto tan delicado y de tal poderío.
A la luz de la reacción que generó de su parte, puede concluirse que el texto debió tocar fibras especialmente sensibles para Trump. Ante el cuestionamiento sobre su capacidad intelectual, el mandatario envió un explosivo tuit, en cual ofrece la visión que tiene de sí mismo: “Pasé de ser un exitoso empresario inmobiliario y celebridad de la televisión a Presidente de Estados Unidos (en mi primer intento). Creo que eso no sólo me califica como alguien inteligente, sino como un genio muy estable”. Nótese que le interesaba destacar lo de “estable”.
Diversos colaboradores cercanos al presidente declararon a Wolff que el rasgo más persistente de Trump es su necesidad de reconocimiento, de lucimiento personal y de obtener resultados inmediatos. Como dicen los psicólogos, no tiene capacidad de demora.
A este tipo de libros en Estados Unidos se les conoce como textos de Kiss and tell, de chismes y rumores pues. Lo relevante de este volumen en particular es que confirma algunos rasgos de personalidad que pueden utilizarse en su contra o al menos para evitar que tome decisiones desproporcionadas.
En el caso de México (como ya lo recomendó el presidente de Francia) conviene torear al hombre por la izquierda, con suavidad, haciéndole creer en la medida de lo posible que ha triunfado, que se ha salido con la suya, aunque en el fondo nada haya cambiado. Los negociadores mexicanos del TLCAN han hecho una buena lectura de ese perfil psicológico, dándole victorias o concesiones que no alteran el corazón del Tratado, pero que apaciguan al león. Con respecto a la construcción del muro, el tema es más complejo porque la mayor satisfacción de Trump sería que los mexicanos paguemos por su construcción. Al parecer, en esto ya bajó la bandera y por eso está solicitando presupuesto federal. En materia migratoria podemos esperar un endurecimiento en sus posturas, como lo revela la decisión de expulsar a 200 mil salvadoreños que llegaron después del terremoto de hace diez años. En este punto, México debe insistir en que los flujos de nacionales hacia ese país se han estabilizado o hasta convertido en un retorno neto de paisanos. Finalmente, en el asunto de las drogas es muy probable que empecemos a vivir presiones más frecuentes, tanto por su declaración de guerra a los opiáceos, como por sus intentos de revertir la legalización de la marihuana en estados donde no ganó las elecciones.
Queda claro que ante un personaje de estas características, a México le conviene jugar más al judo que al karate; mantenernos alejados del fuego, pero más aun de la furia.
Internacionalista