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El programa nuclear de Corea del Norte arrancó el día en que George W. Bush los colocó al lado de Irán y de Irak dentro del llamado “Eje del Mal”. En ese momento, el liderazgo norcoreano supo con certeza que estaba en la mira de Washington. Cuando se produjo la invasión de Irak y vieron el destino que le deparó a Saddam Hussein, el proyecto nuclear se aceleró. De manera clandestina compraron material fisionable y tecnología al creador de la bomba atómica paquistaní, el famoso Dr. Khan. La posterior captura y muerte de Muammar Kadhaffi en Libia confirmó los temores de Pyongyang. Así, para 2006, Kim Jong-il, padre del actual mandatario, comenzaba ya a demostrar al mundo que su régimen no correría el mismo destino que el de otras dictaduras en el mundo.
Diez años más tarde nos encontramos en uno de los momentos más peligrosos para la paz mundial. Se unen en el tiempo la presidencia más errática y disfuncional que haya tenido Estados Unidos, con el líder más audaz y agresivo de la dinastía de los Kim. Si las grandes decisiones quedan exclusivamente en manos de esta pareja, el resultado puede ser desastroso para el mundo entero. Es por ello urgente que China y Rusia convoquen a Japón, Corea del Sur, Corea del Norte y Estados Unidos a una mesa de negociaciones para enfrentar la crisis.
La fórmula más expedita para detener el riesgo de una conflagración nuclear implicaría un compromiso explícito de Washington de que no buscará desestabilizar o derrocar el régimen de Kim Jong-un. Eso es lo que espera el liderazgo norcoreano, garantizar su subsistencia. Este compromiso deberá estar supervisado por las demás potencias involucradas.
El resto de las alternativas se queda corto para instrumentar una solución pacífica y duradera. Si Estados Unidos espera que China sea el factor que utilice sus buenos oficios y su influencia sobre Corea del Norte, la administración Trump deberá estar dispuesta a reconocer la soberanía china sobre el Mar del Sur de China, donde ese país ha venido construyendo islotes artificiales. Esta concesión resultaría inaceptable para siete países ribereños, incluyendo Japón, que reclaman porciones de ese mar. La solución temporal del problema norcoreano desataría otro paquete de tensiones en el Este de Asia.
El cálculo de Estados Unidos de ahorcar económicamente y comercialmente a Corea del Norte, como lo ha planteado en el Consejo de Seguridad, tampoco ofrece una solución a la crisis. De hecho, la desesperación y las carencias no harían más que provocar una postura más agresiva del gobierno norcoreano. Derribar los misiles en su trayecto no es todavía una opción y menos aún para los vecinos inmediatos de Pyongyang, Japón y Corea del Sur.
El Presidente de Rusia ya anticipó cuáles son los motivos de Kim: la sobrevivencia de su gobierno y de él en lo personal. “Comerán pasto si es necesario” dijo Putin ante la idea de ampliar las sanciones. Así las cosas, lo que conviene al mundo es que Washington garantice formalmente la permanencia de ese régimen a cambio de un cese de la amenaza nuclear. Desafortunadamente, el capital político de Trump no está para perder más cara o aceptar más fracasos, por lo cual tenderá a llevarnos a todos a un callejón sin salida, antes que buscar una solución negociada. Como lo afirmó el secretario general de la ONU, vivimos un momento muy, muy peligroso.
Internacionalista